lunes, 25 de julio de 2011

Perfectly Imperfect | Capítulo 17

Perfectly Imperfect



Comencé a derramar algunas lágrimas por culpa de mi amado. ¡Dos pisos con más de 120 pinturas que mostraban mis ojos, mis tatuajes, mi sonrisa, mis facciones a la perfección me invadieron!
















Recorrí cada una de las imágenes y me sorprendí con la verosimilidad con que las pinturas contaban; cada uno de mis tatuajes estaba en el lugar perfecto, ni un poco más allá, ni un poco más acá. Simplemente perfectos.

Quizás no lo había apreciado demasiado. Antes de que todo esto sucediera… no sé. Yo lo amaba, yo lo amo, ¿cómo es que no supe apreciarlo como se lo merece? Es decir, ¿cómo no me di cuenta de que me amaba tanto como para saber dónde estaban mis tatuajes, cómo reproducir perfectamente mi sonrisa? ¿Cómo hacía tantas pinturas sobre mí y las exponía aún no sabiendo si lo había dejado por voluntad propia?

Pero eso es lo que más me gustaba de Gerard Way: que me amaba sin importar qué. Aún cuando yo no le daba lo suficiente, él me amaba. Siempre me amó. Y recién ahora me estaba dando cuenta.

Llegué al final de la exposición más o menos una hora después de haber entrado, y no pude evitar sonreír. Reconocía perfectamente ese dibujo, las líneas con que estaba dibujado, los colores con que había sido pintado, la persona que estaba en él.

Había sido mi primer dibujo sobre él, pintado el primer día que me crucé con él en la plaza. Él estaba allí, pintando, reproduciendo su arte, y los recuerdos volvieron como si hubiese sido el día anterior. 

–Hermoso, ¿no es cierto? Lo pintó la persona que amé el primer día que lo vi llegar a la plaza donde yo pintaba antes. Se sentó junto a mí, a sus dieciséis años… ahora tiene diecinueve, aunque realmente no sé si está vivo o no… no supe nada más de él. Siempre fue hermoso, aún cuando tenía el rostro magullado por los imbéciles de sus compañeros –sí, el mismísimo Way estaba a mi lado hablándole de la pintura al propio artista.

–No creo que fuera hermoso, pero sí que te amo mucho y que no te dejó por decisión propia… te amaba demasiado como para poder hacerlo –dije, algo nervioso. Suspiró y se acercó a mí, aún sin verme.

–Me enteré de algo así, salió en todos los noticieros. Su madre está por estos lugares, ¿quiere conocerla? Es bastante simpática ahora que está limpia, y creo que se usted se alegrará al saber que no se parece a la madre de Nelson Muntz –sonreí, mirando por abajo.

–No, la conozco demasiado como para querer verla. Lo que sí me gustaría sería poder volver todo al pasado, que todo fuera como antes…

–No sé si se podrá, realmente. Pero, ¿está seguro? Podría arrepentirse.

–Para nada. Toda esta imperfección es perfecta, ¿no lo dijo usted? Su imperfección es perfecta, así como sus pinturas… –suspiró, se acercó y me tomó la mano, todavía sin mirarme.

–Te extrañé. Estaba preocupado –apreté su mano.

–No tendrías que haberlo hecho… te pertenezco, siempre vuelvo a vos –saqué de mi bolsillo el papel que estaba pegado en la lápida de Elena y se lo di.

–La visitaste… –me observó con lágrimas en los ojos.

–Siempre lo hice, con la esperanza de saber algo de vos… pero jamás nada, hasta hace unos días, cuando encontré eso –me abrazó.

–Gracias por volver a mi lado, por jamás irte… –le devolví en abrazo, sonriendo.

–No, Gerard. Jamás me fui.




No hay comentarios: