This is not the life I wished
Así pasaron los días, con una escuela que no era tan buena, tardes en la plaza, anocheceres con clases de pintura, y noches en las que dormía en una fría casa, en una habitación que ya no era mía.
Entré en ese lugar y, como siempre, el olor a alcohol, sexo y droga inundó mis pulmones… pero la diferencia era que esta vez me madre estaba allí. Se levantó del sillón junto con un hombre.
-¿Frankie? ¿Frank? –dijo con un tono extrañamente acalorado. Intenté subir las escaleras sin hacer ruido, así podría pensar que por su estado, lo habría imaginado.- ¡¡FRANK!! –gritó. Lo bueno dura poco.
Me puse frente a ella. Olía a vino barato, perfume de prostituta, y su acompañante a cocaína.
-Quiero que conozcas a Harold… –susurró- …el cual podría ser tu nuevo papi… –rió estúpidamente, y ‘Harold’ la sostuvo para que no se caiga por la borrachera.
Él me observó muy superficialmente, de arriba abajo, posando sus ojos en mi cara. Tomó mi cintura y me acercó, besándome.
-¡¿Qué mierda hacés?! –grité alejándolo.
Me pegó -él, a mí, ¡en mi casa!-, pero mi madre no lo paró: prendió un cigarro y se sentó en el sillón. Él, por su parte, volvió a golpearme.
-¡Nancy! –odiaba ese nombre, la odiaba a ella.
-Hijo, es sólo una noche… deberías acostumbrarte. –me guiñó un ojo, y los dos rieron. Harold me tomó de nuevo en sus brazos y lo aparté.
Tomé mi mochila y me aproximé a la puerta.
-Ojalá papá estuviera aquí… –susurré, tan fuerte como para que ella lo escuchara y riera.
-Tu padre está muerto. ¿Oíste Frank? ¡Muerto, y por tu culpa! No hay nada que puedas hacer contra eso.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, gruesas y llenas de rabia, pero no iba a dejar que me vieran llorar.
Abrí la puerta y salí corriendo, escuchando las injurias que Harold esbozaba hacia mi persona.
Al principio, no me preocupaba a dónde ir, pero después, sólo se me ocurrió mi lugar en el mundo.
La plaza.
Era el lugar más tranquilo y relajante que jamás conocí. Me acerqué donde él siempre se sentaba y me apoyé contra la estatua.
Secaba mis lágrimas, lloraba en silencio, y escuchaba… ¿risas? Me paré de inmediato, con mi mochila al hombro, y salieron tres hombres detrás de la figura de granito que allí se veía por la poca iluminación: James, Claude y Ben, los tres abusivos de mi colegio.
-Hey, Iero… ¿qué hacés esta noche tan solo? –dijo Ben, tirando el porro que llevaba entre sus dedos. Sus monos-seguidores rieron y se acercaron a mí, acorralándome. Ben partió la botella con una temible sonrisa cínica- Hagamos magia, mariquita.
Debo aceptar que después de la quinta patada proporcionada a mi hígado, ya no dolió tanto; es más, casi no dolió nada, ya que no sentía mucho mis extremidades.
Mis sentidos se agilizaron. Sentía el sabor metálico de la sangre en mi boca, y la escupía a montones; palpaba los vidrios rotos en el suelo, algunos clavándose en mis dedos; cerré mis ojos apenas caí al suelo; olía el olor de la sangre en el suelo, y la nauseabunda peste del piso de la plaza limpiado muy de vez en cuando; y en mis oídos escuchaba ese doloroso ‘piiiiiii’ que no para nunca, que te molesta, que te lastima…
Pero paró, al igual que los golpes. ¿Había muerto? O al menos… ¿estaba inconsciente?
Dejó de torturarme el dolor, para pasar a un estado casi-vegetal, escuchando gritos, más golpes, y…
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