lunes, 25 de julio de 2011

Perfectly Imperfect | Capítulo 14



Sometimes loneliness it’s better

[Narra Frank]




Pasaron tres meses desde que comencé a vivir con Gerard. Todo había mejorado notablemente, desde las notas de la escuela (resalto Arte y Biología), hasta el humor y la felicidad. 


Mi amado me había dado más cambios de los que había esperado: por fin pertenecía a un lugar, tenía un hogar y lo compartía con alguien que me amaba realmente. Por fin podía despertarme a la mañana y ducharme sin ningún tipo de miedo de alguna botella voladora u olor a quemado, podía desayunar algo que no esté vencido y con una sonrisa. Por fin tenía a alguien a mi lado que me decía ‘buenos días’ al levantarme, y deseando que realmente lo tenga.

Estaba sacando la llave de mi casa, con una sonrisa de oreja a oreja por mi 10 en Literatura, cuando vi a la señora Kepples baldeando la vereda, y me miró.

-Frankie, Frankie… —dijo, acercándome cuando le sonreí— gracias. Gracias en serio.

-¿Por qué? —le pregunté sonriendo, aunque algo sorprendido.

-El primer día que viniste… bueno, vos lo viste. Era, sinceramente, una persona asquerosa, malagradecida, maleducada… era un hijo de puta, resumiendo, y perdón a su santa madre que en paz descanse —miró al cielo e hizo la señal de la cruz en su pecho— cuando llegaste, Frank, cambió totalmente. Hoy necesitaba un poco de sal para la comida de mi marido y, al no poder dejarlo solo para ir al supermercado, le pedí y me dio sonriendo. Está muy cambiado, ahora me pone atención, me ayuda… ¡ah! Y ni te digo cuando…—me siguió hablando bien de Gerard y, por primera vez en mucho tiempo sentí celos. ¡Parecía como si ella lo amara más que yo! Se fijó ‘por primera vez’ en su sonrisa, en sus cabellos, en sus ojos… cosa que yo había hecho un año atrás, más o menos.

En el momento donde comenzaba a hablar de su físico, el esposo la llamó desde el porche de su casa para comunicarle que tenía hambre. Ella se despidió y se fue.

Entré en casa, oliendo el olor a comida: había mejorado mucho en la cocina, y ya sólo salíamos a comer afuera por aniversarios o cumpleaños. Con esto, ahorrábamos mucho que podíamos usarlo en muchas otras cosas… como por ejemplo, comida de calidad.

Se acercó a mí tomándome de la cintura mientras yo rodeaba su cuello con mis manos, luego de sacarme la mochila. Lo besé suavemente y sonreí.

-Doña vecina me habló muy bien de vos… que cambiaste… que ayudás… que sos re lindo… y estoy feliz. Y orgulloso. —sonrió.

-¿Y celoso? —reí, haciendo puchero después.

-Sí. Bastante.

-Vos sos mío y yo soy tuyo. Si tú saltas, yo salto. ¿Recuerdas? —sonreí ante su cita y dejó de abrazarme— Frank… siento mucho arruinar el momento de My heart will go on, pero falta queso para la pizza —reí, lo besé de nuevo y salí para el supermercado.

Me sentía un ama de casa fijándose los precios de los quesos, mientras que de vez en cuando charlaba con una vieja que se paraba cerca de mí o susurraba ‘qué caros están los lácteos’.

Es que en realidad estaban caros. Gerard me mantenía completamente, yo no usaba mi dinero para absolutamente nada. Intentaba no gastar mucho para poder llegar a fin de mes, aún con el dinero que nos sobraba de las salidas que no hacíamos.

Empecé a hacer una larga cola sólo para pagar un queso y, para no aburrirme, me empecé a fijar en la gente que había. Un gótico que estaba eligiendo unos auriculares, jóvenes que pagaban pañales sonriendo mientras el hombre descansaba la mano en la panza crecida de la chica, el guardia yéndose a comer en su receso, etcétera.

Pagué y salí, guardando la plata, pero se me cayó apenas puse un pie en la vereda.

Allí venía mi madre, aparentemente sin nada encima, pero con su especie de novio al lado. Me sonrieron tétricamente. 

-Es mejor que vengas —dijo mi madre, poniéndome algo punzante en el estómago. Dejé el queso, la bolsa y todo lo que traía conmigo en el piso y les hice caso. Como dije, parecía limpia, pero no por eso tenía que estarlo.

Los acompañé hasta una camioneta, y antes de subir me taparon los ojos. El auto comenzó la marcha y paulatinamente dejé de escuchar los autos, la gente, la ciudad. Las calles perfectamente asfaltadas cambiaron por unas de tierra con muchos pozos, y varias veces me pegué la cabeza con el techo por los saltos. Nadie hablaba. Alguien a mi lado empezó a fumar, tirándome el humo en la cama y apagándolo en mi brazo cuando se lo terminó.

Me bajaron de la alta camioneta y sentí cómo el agua de lluvias anteriores se colaba en mis zapatillas mientras caminaba. Patiné un par de veces en el barro y dos personas, luego de sujetarme, me golpearon repetidamente.

Me sentaron en una silla y, después de atarme y darme un par de golpes, me sacaron las vendas de los ojos.


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