lunes, 25 de julio de 2011

Perfectly Imperfect | Capítulo 15



You should’ve raised a baby girl, I sould’ve been a better son



Estaba en un granero grande, lleno de paja, sin animales, completamente oscuro exceptuando por la luz que entraba por una pequeña ventana. Tosí, ahogado por el polvo y las lágrimas que volvieron a surcar mi cara en el instante que mis ojos se abrieron. 


Mi madre cerró la puerta y se acercó despacio, para ponerse al lado de Harold frente a mí.

—Ahora —dijo ella prendiendo un porro en ese instante— vas a llamarlo y a decirle que no te busque. —Harold me sacó la campera que traía puesta y, de ella, mi celular marcando su número.

Miré sorprendido a mi madre, sin saber bien qué hacer. No quería decírselo a Gerard, pero tampoco quería morir. Aunque morir al lado de perderlo parecía el mismísimo Paraíso.


—¿Frankie? ¿Dónde estás? —la voz de Gerard en altavoz me sacó de mis pensamientos. Allí estaba, del otro lado de la línea, esperando por una respuesta. ¿Cuál sería?— ¡Hace más de veinte minutos te envié por ese queso! —Comencé a sollozar, y él dejó de hablar al oírme— ¿Frank? ¿Frankie? ¿Qué pasa, amor?



—Estoy bien —le dije, recobrando un poco la voz. Repitió mi nombre unas veinte veces cuando volví a hablar— estoy bien. Estoy bien, Gerard, estoy bien. No me busques, por favor. Me voy.

—¡¿Frank?! ¡¿Qué estás diciendo?!

—Terminá con él —escuché que Harold me susurró con el cuchillo en la mano, pasándome la lengua por el cuello luego. Me aterroricé al pensar en qué haría si yo no le decía lo que me habían indicado… tragué fuerte y suspiré, derrotado.

—Dejame en paz, Gerard —calló, y escuché mi propio corazón romperse en pedacitos— no quiero estar más con vos, no me busques por nada del mundo.

—Decile que tenés otro, y que no lo amás —dijo Harold, oliendo mi sucio cabello.

—Estoy con otra persona, con la persona que amo. No me busques, me voy para siempre. No quiero estar más con vos.

Escuché un principio de llanto de su parte, y cortó. Harold se guardó mi celular en su campera y mi madre salió sonriendo del granero.

Mi padrastro, o lo que él fuera, se desabrochó el cinturón, bajándose, junto a él, el pantalón. Mi cara de asombro y asco lo hizo sonreír.

—Vamos, Frankie… sabés cómo hacerlo. No me obligues a hacer cosas que no quiero…

—Lo mismo digo —le susurré, con odio en los ojos. Me asustó, en principio, su mirada rabiosa hacia mí, pero más aún cuando bajó sus boxers para quedarse desnudo.

—Como quieras… —me tomó de la cintura y me acostó boca abajo en el piso— yo disfruto igual. 

Me arrancó el pantalón junto con la ropa interior y me penetró sin ningún tipo de cuidado; mis gritos salían al mismo ritmo de mis lágrimas. ¿Acaso alguien escuchaba? ¿Tal vez mi madre? Si así era, ¿por qué no paraba con esto? ¿Qué había hecho yo para que me odiara tanto? Me estaban violando, por el amor de Dios, acababan de destruir toda mi existencia… ¿no les bastaba con eso? ¿Ahora también debían violarme? Papá, necesito de tu ayuda…

Acabó dentro de mí y lamió mi espalda despacio, para llegar hasta mi nuca.

—Nos vemos a la noche, chiquito… todavía sigo con ganas… —me susurró. Se vistió rápidamente y se fue, dejándome solo, desnudo, en la oscuridad y hundido en lágrimas.



Así pasaron dos semanas con poca atención de mi madre (desde poca agua o poca comida a poca socialización) y muchas violaciones de Harold.

Un viernes, o al menos eso calculaba mi deteriorada salud mental, mi madre entró con un poco de comida y una silla. Me dio la comida y se sentó a mi lado, prendiendo un cigarrillo.

—¿Cómo estás? —me preguntó. 

La miré de reojo, con odio, pero al parecer no tenía nada encima. No quería hablar con ella, no quería contestarle…

—Sí, lo sé… una pregunta retórica para romper el hielo. ¿Me odiás? —le dio una pitada al cigarrillo.



—Sí.

—¿Por qué? Soy tu madre. No deberías odiar a tu madre.

—Vos no sos mi madre. Y, en todo caso, vos no deberías odiar así a tu hijo. —respondí, algo crispado. ¿Cómo le daba la cara para mirarme así, para hablarme? Tardó unos minutos en responder.

—Sí soy tu madre, hijo. Siempre lo voy a ser. —negué con la cabeza.

—No. No sos mi madre desde hace tres años. Así como la muerte de papá nos destruyó, a vos la bebida y las drogas te hicieron mierda. Nunca volví a ver a mi verdadera madre.

—Hijo… soy yo… —dijo, con lágrimas en los ojos. Al cabo de unos minutos, como no le respondía, se puso a llorar… a diferencia de mí. No iba a llorar por una persona que me maltrataba así, menos siendo mi madre. ¿Por qué no podía ser como las demás? Dulce, carismática, comprensiva…

Madre. Mi madre. Mi mamá. La que me aguantó nueve meses dentro de sí, la que me dio a luz, la que me arropaba cada noche antes de dormir, y me abrazaba cuando tenía frío…¿era la misma que me daba palizas que derivaban a salas de urgencia? ¿La misma que se drogaba y alcoholizaba todos los días desde la muerte de mi padre? ¿La misma que me tenía allí, secuestrado? ¿La misma que me había alejado del verdadero amor?

Cuerpo sí, alma no.

Salió por la puerta del granero y regresó al cabo de unos minutos, con un arma en las manos… lista para matarme.

Muchas imágenes pasaron por mi cabeza en ese mismo momento: mi tercer cumpleaños, cuando me regalaron mi primera guitarra de juguete, el día de la plaza, donde me caí de las hamacas y me sangró la rodilla, mi primer tatuaje, la pelea de mis padres, su muerte, las pinturas, mis dibujos, mi guitarra… él.

Él. Mi mundo. Mi vida. Recordé, uno a uno, cada momento juntos, cada una de sus sonrisas, sus ojos esmeralda, su oscuro cabello… en definitiva, él.

Cerré los ojos, esperando el tiro certero en mi cabeza.

Escuché el lastimoso ruido del arma disparando y sentí ardor en mis manos… una y otra vez en el mismo lugar. Mis alaridos llenaron el granero, hasta que oí algo romperse.

—Corré, escapate —observé la cadena que apresaba mis manos caer— no abras la tranquera, tiene una alarma, simplemente saltala. Cuando lo hagas, corré a la derecha… yo voy a distraer a Harold, no mires atrás ni tampoco pares. Pedile ayuda a la primera persona que veas. 



—¿Y vos? ¿Vas a quedarte acá? —le dije, levantándome. Está bien, era una mierda de persona pero seguía siendo mi madre.

—Olvidate de mí, voy a desaparecer un tiempo. Te agradecería que solamente mencionaras a Harold a la policía, pero voy a entenderte si no lo hacés. Buscá la felicidad, Frankie… se feliz —besó mi frente y me echó del granero, al mismo tiempo que ella corría hasta la casa en busca de Harold.

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