If we were dead. DEAD!
La mañana del domingo decidí ir al cementerio a visitar a mi padre, y Gerard se ofreció enseguida a acompañarme.
Comúnmente iba solo, ya que a mi madre no le interesaba realmente; ni siquiera asistió al funeral. Recuerdo perfectamente que cuando volví la encontré en la casa revolcándose con otro tipo en el sillón y que, cuando me vio, me tiró su vaso con whisky. Por suerte lo esquivé y pegó en una pared… hoy en día esa mancha sigue existiendo.
Nos pusimos en marcha con su auto, y cantamos todo el camino. Ya no me deprimía ir a visitarlo, no teniendo a Gerard a mi lado.
-Hola, Charlie –dije al pasar por el puesto de flores en la entrada. Él me saludó con una sonrisa y preparó el clavel rojo que siempre le llevaba a mi padre.
Charlie era un simpático hombre de unos cuarenta y tantos años, casi pelado, con un bigote negro y una especie de boina tapando su calvicie. Era rechoncho, tenía unas mejillas y una nariz siempre rojas por el frío y una sonrisa encantadora. Había sido amigo de mi padre en la escuela, y lo habían seguido siendo desde que ella terminó; cada uno tomó su camino, se relacionaron con diferente gente pero siempre habían mantenido contacto. Eso, para mí, era una amistad.
Charlie era como mi tío prácticamente, siempre pasaba por casa y me traía chocolates a mí, mientras que a mi madre –mi sobria madre- le traía flores; claveles rojos, en realidad, porque a mi padre siempre le habían gustado.
-¿Todo bien, Frankie? –me preguntó aún sonriendo mientras yo le daba el dinero que decía en la pizarra. Y, como costumbre, me descontaba varios dólares de mi compra (el ochenta por ciento, debería decir) por el simple hecho de ser su sobrino, ganándose una mirada de reprobación de mi parte… pero no iba a discutir, él siempre salía ganando.
Gerard llegó a mi lado luego de unos segundos, guardando las llaves en su bolsillo con una mano y entrelazando la otra con la mía. Charlie vio este gesto y yo sonreí.
-Sí, Charlie… todo más que bien –sonrió y me apresuré a entrar con Gerard.
Pasábamos las tumbas y parcelas callados, pero aún así Gerard estaba muy atento por dónde íbamos. Miraba para todos lados, recorriendo con la mirada cada uno de los árboles y los arbustos que pasábamos.
-Aquí es –susurré pasados los diez minutos caminando- G3… –me arrodillé suavemente sobre la parcela y acomodé la flor en el centro de ésta.
Gerard tomó mis hombros cuando se dio cuenta de que empezaba a llorar, y se fue agachando hasta poder abrazarme.
¿Por qué él había muerto esa noche? ¿Por qué a mi madre no le importaba? ¿Por qué me sentía culpable aún? Pero, lo más importante… ¿qué diría sobre Gerard si aún estuviera acá?
-Frank, él debe estar orgulloso de vos por seguir adelante a pesar de todo, tanto o más de lo que yo lo estoy… –me susurró con la boca en mi cabello como si me leyera la mente.
Allí nos quedamos unos veinte minutos más hasta que decidimos irnos. Yo quise volver por donde habíamos venido, pero él quiso tomar otro camino, mucho más largo.
¿Cómo describir ese momento? Estaba caminando por un cementerio momentáneamente desierto, con lágrimas secas en las mejillas, con frío… pero estaba abrazado a él. Ahora mismo una bala podría atravesar cada una de mis capas craneales y moriría feliz sólo por haber pasado los últimos segundos de mi vida junto a él.
-Acá estamos… Hola, Helen… –saludó a una parcela: Elena Lee Rush.- Frankie, ella es… era… mi abuela. Me enseñó todo lo que sé sobre arte como sobre valores. Cuando ella falleció hace unos años… mi mundo prácticamente se vino abajo, todo murió junto a ella para mí… y entré en las drogas y en el alcohol, estuve a punto de morirme… –tomó mi mano, suspirando- Gracias a ¿Dios? Pude dejarlas por completo hace un año –volvió a suspirar y habló unos minutos para sí mismo, para Elena.
Se despidió de ella y volvimos a caminar, ahora saliendo, tomados de la mano.
-¿Por qué me dijiste que tus padres estaban separados? –preguntó unos minutos después. Lo miré con culpa.
-Porque… aparte de vos, mi madre y yo, no muchas personas lo saben, y… estoy harto de que me acusen de haberlo matado. Tampoco quiero la lástima de nadie –me abrazó muy fuerte.
-Lo que vos necesitás no es lástima, es amor –me besó suavemente el pelo- y es lo que yo pienso darte. –Sonreí.
Salimos del cementerio, saludamos a Charlie y nos encaminamos hacia el auto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario