My little decoy.
Cuando volví de mi paseo por la casa de la ley, él me esperaba con la cena lista, bañado y sonriente. Comimos, me contó de su vida en los días en que me ausenté y me dio al menos cincuenta gracias por lo que había hecho; nadie se había atrevido a tocarlo o a dirigirle la mirada desde el incidente.
[Narra Frank]
Nos sentamos en el sillón, y sacó sus cigarrillos. Encendió uno y lo fumó suave y sensualmente, como si lo hiciera a propósito.
-¿Me das uno? –susurré, señalando la caja de Marlboro.
-Perdón… ¿cómo dijiste?
-Si me das un cigarrillo…
-¿Vos fumás?
-No –rió.
-Exactamente, eso creí. Frank, no voy a dejar que fumes, no conmigo a tu lado. –fruncí el ceño.
-Y, ¿por qué no? –se acercó y se pegó a mi oreja.
-Hay otros vicios en los cuales podés iniciarte, que son igual o más adictivos que fumar… -lamió mi lóbulo y suspiré excitado.
-Enseñame… –le susurré y… Dios. Sentí sus labios sobre los míos. Sentí cómo respiraba agitado en mi boca, los ‘te amo’ que susurraba en mi oído entre gemidos, su sudor mezclándose con el mío y…
-Frank… Frank… –lo escuchaba gemir- Frank… ¡Frank! –abrí mis ojos.- Frank, ¿estás bien? Te dormiste viendo la tele… -no respondí. Estaba más que bien. Estaba… enamorado.
Estaba tirado en la cama, ¿acaso me había llevado allí? Y más importante aún, ¿él me había sacado la ropa hasta dejarme sólo en boxers, como yo dormía? Él también lo estaba… en cuatro… a mi lado.
¿Qué pude haber hecho más que eso? Ansiaba desde hacía mucho sus labios, y sentirlos sobre mí era una idea que me volvía loco. Pero lo que más me sorprendió es que él me respondió. Y, aunque no pasó a más que besos, caricias y revolcadas en la cama para cambiar de posición… fue una de las mejores noches de mi vida.
La mañana siguiente, la de un sábado, me abrazó por atrás en la cama mientras estaba dormido. Sentí cómo por fin una persona me quería.
Le cociné, le lavé, le planché y le limpié, y aún no despertaba. Me encaminé a la habitación para preguntarle si había muerto o algo parecido, pero… no, me había equivocado, estaba muy despierto… y bañándose.
Entré en el baño y me senté en el bidet. Lo escuchaba cantar, aún no se había dado cuenta de que yo estaba allí.
-You’ve never been so used as I’m using you, abusing you, my little decoy! –cantó. ¿Desde cuándo le gustaba Paramore? Yo pensé que los odiaba, en realidad.
Para mi sorpresa, cerró la canilla. Pensaba salir antes de lo que lo hiciera, para que no supiera que había estado allí. Tomó una toalla y se secó adentro de la ducha, aún tarareando un par de canciones. Salió con la toalla ya puesta en su cintura, y casi se cae al verme allí.
-¿De mí también vas a abusar? –dije, y sonrió. Se acercó a mí, y tomó mis mejillas en sus manos.
Por un minuto creo haber dejado de respirar. Sus ojos, verde esmeralda, tan puros , tan transparentes... no podía dejar de verlos, me tenían completamente idiota e hipnotizado. Me daba seguridad, mucha. Y era tan hermoso...
Sus labios eran suaves y cálidos, irradiaban un calor poco común que no muchos llegan a conocer. ¿Pasión? ¿Deseo? ¿Fiebre? No sabía qué era exactamente lo que provocaba ese pequeño calorcito que sentía cada vez que sus labios tocaban los míos, pero me encantaba. Y tenían gusto salado, a mi parecer. Un exquisito gusto salado que no sabía de dónde venía, pero que hacía que me volviera loco.
-Gerard... –suspiré mientras él mordía suavemente mi labio.- ...cociné.
No fue una comida normal. Prácticamente no comimos, ya que las caricias y los besos no tardaron en llegar, pero sí en irse. Cuando me dio verdadera hambre, en el momento en que sentí a mi estómago rugir, se sentó en mi falda y me pasó bocados de su boca a la mía, suavemente y rozándome con su nariz cada vez que se retiraba.
Estuvimos juntos más de lo nomal. Me ayudó con la tarea, cocinamos, limpiamos más de lo que yo había limpiado, cantamos, tocamos un poco la guitarra y pintamos un buen rato, para que me enseñe sus técnicas.
Cuando volvimos a la habitación y me miré en el espejo, me vi lleno de pintura, incluso mi ropa y mi cabello. Mi negro carbón se había convertido en un verde azulado mezclado con rojo pasión. Él, que venía detrás de mí, me abrazó, dándome un beso debajo de la oreja.
-¿Te vas a bañar? –me susurró abrazándome por atrás, con un tono pícaro y sensual.
Me planteé el tema del miedo. Desde que me di cuenta de que me gustaban los hombres, siempre el tema de tener sexo o hacer el amor me había causado terror: ¿y si salía lastimado? ¿Si no lo hacía bien mi primera vez?* ¿Si a el otro individuo de la relación lo lastimaba, le hacía mal o simplemente no le gustaba? ¿Qué pasaba si lo probaba y no me gustaba, más allá de que siga amando a Gerard?
Pero me retracté al instante: lo hacía por amor, por supuesto que me iba a gustar y, lo hiciera o no bien, Gerard no lo despreciaría. Me habría dado miedo, mucho miedo, de no ser Gerard.
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