lunes, 25 de julio de 2011

Perfectly Imperfect | Capítulo 17

Perfectly Imperfect



Comencé a derramar algunas lágrimas por culpa de mi amado. ¡Dos pisos con más de 120 pinturas que mostraban mis ojos, mis tatuajes, mi sonrisa, mis facciones a la perfección me invadieron!
















Recorrí cada una de las imágenes y me sorprendí con la verosimilidad con que las pinturas contaban; cada uno de mis tatuajes estaba en el lugar perfecto, ni un poco más allá, ni un poco más acá. Simplemente perfectos.

Quizás no lo había apreciado demasiado. Antes de que todo esto sucediera… no sé. Yo lo amaba, yo lo amo, ¿cómo es que no supe apreciarlo como se lo merece? Es decir, ¿cómo no me di cuenta de que me amaba tanto como para saber dónde estaban mis tatuajes, cómo reproducir perfectamente mi sonrisa? ¿Cómo hacía tantas pinturas sobre mí y las exponía aún no sabiendo si lo había dejado por voluntad propia?

Pero eso es lo que más me gustaba de Gerard Way: que me amaba sin importar qué. Aún cuando yo no le daba lo suficiente, él me amaba. Siempre me amó. Y recién ahora me estaba dando cuenta.

Llegué al final de la exposición más o menos una hora después de haber entrado, y no pude evitar sonreír. Reconocía perfectamente ese dibujo, las líneas con que estaba dibujado, los colores con que había sido pintado, la persona que estaba en él.

Había sido mi primer dibujo sobre él, pintado el primer día que me crucé con él en la plaza. Él estaba allí, pintando, reproduciendo su arte, y los recuerdos volvieron como si hubiese sido el día anterior. 

–Hermoso, ¿no es cierto? Lo pintó la persona que amé el primer día que lo vi llegar a la plaza donde yo pintaba antes. Se sentó junto a mí, a sus dieciséis años… ahora tiene diecinueve, aunque realmente no sé si está vivo o no… no supe nada más de él. Siempre fue hermoso, aún cuando tenía el rostro magullado por los imbéciles de sus compañeros –sí, el mismísimo Way estaba a mi lado hablándole de la pintura al propio artista.

–No creo que fuera hermoso, pero sí que te amo mucho y que no te dejó por decisión propia… te amaba demasiado como para poder hacerlo –dije, algo nervioso. Suspiró y se acercó a mí, aún sin verme.

–Me enteré de algo así, salió en todos los noticieros. Su madre está por estos lugares, ¿quiere conocerla? Es bastante simpática ahora que está limpia, y creo que se usted se alegrará al saber que no se parece a la madre de Nelson Muntz –sonreí, mirando por abajo.

–No, la conozco demasiado como para querer verla. Lo que sí me gustaría sería poder volver todo al pasado, que todo fuera como antes…

–No sé si se podrá, realmente. Pero, ¿está seguro? Podría arrepentirse.

–Para nada. Toda esta imperfección es perfecta, ¿no lo dijo usted? Su imperfección es perfecta, así como sus pinturas… –suspiró, se acercó y me tomó la mano, todavía sin mirarme.

–Te extrañé. Estaba preocupado –apreté su mano.

–No tendrías que haberlo hecho… te pertenezco, siempre vuelvo a vos –saqué de mi bolsillo el papel que estaba pegado en la lápida de Elena y se lo di.

–La visitaste… –me observó con lágrimas en los ojos.

–Siempre lo hice, con la esperanza de saber algo de vos… pero jamás nada, hasta hace unos días, cuando encontré eso –me abrazó.

–Gracias por volver a mi lado, por jamás irte… –le devolví en abrazo, sonriendo.

–No, Gerard. Jamás me fui.




Perfectly Imperfect | Capítulo 16



Tu arte como mi forma de vivir

Dos años después



Caminé poco más de dos metros y dejé el clavel rojo en la parcela, limpiando el nombre que tenía algunas hojas de algún árbol.

–Hola… te extrañé –me senté en el pasto mojado, agachando la cabeza para verlo– papá… van dos años. Sigo buscando, pero por cada paso que doy hacia adelante, doy tres para atrás. Hay un más de cincuenta Gerard Way en cada uno de los estados, ¡y a cada uno que llamo me dice que no pinta! No está haciendo ninguna puta exposición, no sé dónde ubicarlo, ¡¿qué carajo tengo que hacer ahora?! –una lágrima resbaló por mi mejilla, pero me tragué todas demás– papá, vos sabías todo de cada cosa existente, vos eras el sabio. Dame un poco de ayuda. Te necesito… –un par de minutos después me despedí de mi padre y caminé hasta la H3.

Sonreí. 

–Gracias. Gracias, millones de gracias –tomé el papel que tenía pegada la parcela y salí corriendo hacia mi casa. 



Me preparé con mi mejor ropa. No era exactamente un esmoquin, pero sí era un lindo sweater… ¡con llamas! Pero eso sí, me bañé tres veces por los nervios. Al menos no tendría mal olor. 

El taxi me costó mucho dinero, pero valió la pena: apenas llegué, su foto me invadía, estaba en toda dirección en la que viera. Veía gente entrar al recinto, millones y millones, algunos demasiado formales y otros demasiado casuales. 

Me paré frente a la puerta de roble. ¿Qué iba a hacer? Había terminado con él hace dos años, quizás estaba en pareja, o con una hija, o no me quería, o me echaba, o… 

–Señor, ¿va a entrar? Tenemos que cerrar la puerta… –me dijo un hombre alto, forzudo y vestido de negro. Entré con los ojos cerrados, pero al abrirlos no lo vi por ningún lado. 

El arte en las paredes me emocionaba, hacía mucho tiempo que no veía ninguno de sus cuadros. Incluso en todas las tardes que me pasé en la plaza por si regresaba… jamás había visto rastro de ellos, menos de él. 

–Fíjate la evolución de las pinturas –dijo un hombre con acento español a una mujer. Señaló la primera que había pintado, sobre todo con negro y gris– fíjate la oscuridad de su arte en la primera, segunda, tercera… –fueron recorriendo las pinturas comentando sobre ellas mientras yo los seguía, disimulando.







Había tres carteles en toda la sala. El primero, entre la sexta y séptima pintura.

En esta etapa, las personas que creí que eran las más importantes de mi vida, murieron… este segmento está dedicado a mi ebuela, Elena Lee Rush y a mi esposa Lindsey Ann Ballato. Las amo, espero volver a verlas algún día.


En el segmento se podía ver, en la mayoría de los casos, a dos mujeres diferentes. Una pintura como ángeles, otras como demonios.





El segundo cartel estaba entre el decimonoveno y veinteavo cuadro.



Esta es una de las etapas más importantes de mi vida. Conocí a la persona que iluminó mis días, la real importancia de mi vacía existencia, la única que logró robarme realmente el corazón.

Frank Anthony Thomas Iero Priccolo, te amé desde un principio.



En ese segmento, había pinturas que me descubrían cocinando, cambiándome, durmiendo, haciendo arte de lo más cotidiano de la vida.







Recorrí el pasillo hasta la última pintura. A su costado, estaba el último cartel.


Quizás estén pensando que la exposición acaba acá… bueno, en esta etapa de mi vida pensé que mi exposición terminaba trágicamente: la persona que más amé en la vida me dijo adiós. No le pedí explicaciones ni me puso excusas, tampoco lo dejé hacerlo. Aprendí a aceptar que las cosas, en la vida, vienen y se van. Y de esas, las que se van, hay que recordar lo mejor que tuvieron.



Así como mi vida no terminó, tampoco esta exposición: aún queda mucho por ver. Los invito a que corran la cortina color vino que tienen a su derecha y pasen a ver la perfecta imperfección de una persona.


Crucé esa cortina y mis ojos se llenaron de lágrimas con sabor a felicidad. Mucha felicidad.





Perfectly Imperfect | Capítulo 15



You should’ve raised a baby girl, I sould’ve been a better son



Estaba en un granero grande, lleno de paja, sin animales, completamente oscuro exceptuando por la luz que entraba por una pequeña ventana. Tosí, ahogado por el polvo y las lágrimas que volvieron a surcar mi cara en el instante que mis ojos se abrieron. 


Mi madre cerró la puerta y se acercó despacio, para ponerse al lado de Harold frente a mí.

—Ahora —dijo ella prendiendo un porro en ese instante— vas a llamarlo y a decirle que no te busque. —Harold me sacó la campera que traía puesta y, de ella, mi celular marcando su número.

Miré sorprendido a mi madre, sin saber bien qué hacer. No quería decírselo a Gerard, pero tampoco quería morir. Aunque morir al lado de perderlo parecía el mismísimo Paraíso.


—¿Frankie? ¿Dónde estás? —la voz de Gerard en altavoz me sacó de mis pensamientos. Allí estaba, del otro lado de la línea, esperando por una respuesta. ¿Cuál sería?— ¡Hace más de veinte minutos te envié por ese queso! —Comencé a sollozar, y él dejó de hablar al oírme— ¿Frank? ¿Frankie? ¿Qué pasa, amor?



—Estoy bien —le dije, recobrando un poco la voz. Repitió mi nombre unas veinte veces cuando volví a hablar— estoy bien. Estoy bien, Gerard, estoy bien. No me busques, por favor. Me voy.

—¡¿Frank?! ¡¿Qué estás diciendo?!

—Terminá con él —escuché que Harold me susurró con el cuchillo en la mano, pasándome la lengua por el cuello luego. Me aterroricé al pensar en qué haría si yo no le decía lo que me habían indicado… tragué fuerte y suspiré, derrotado.

—Dejame en paz, Gerard —calló, y escuché mi propio corazón romperse en pedacitos— no quiero estar más con vos, no me busques por nada del mundo.

—Decile que tenés otro, y que no lo amás —dijo Harold, oliendo mi sucio cabello.

—Estoy con otra persona, con la persona que amo. No me busques, me voy para siempre. No quiero estar más con vos.

Escuché un principio de llanto de su parte, y cortó. Harold se guardó mi celular en su campera y mi madre salió sonriendo del granero.

Mi padrastro, o lo que él fuera, se desabrochó el cinturón, bajándose, junto a él, el pantalón. Mi cara de asombro y asco lo hizo sonreír.

—Vamos, Frankie… sabés cómo hacerlo. No me obligues a hacer cosas que no quiero…

—Lo mismo digo —le susurré, con odio en los ojos. Me asustó, en principio, su mirada rabiosa hacia mí, pero más aún cuando bajó sus boxers para quedarse desnudo.

—Como quieras… —me tomó de la cintura y me acostó boca abajo en el piso— yo disfruto igual. 

Me arrancó el pantalón junto con la ropa interior y me penetró sin ningún tipo de cuidado; mis gritos salían al mismo ritmo de mis lágrimas. ¿Acaso alguien escuchaba? ¿Tal vez mi madre? Si así era, ¿por qué no paraba con esto? ¿Qué había hecho yo para que me odiara tanto? Me estaban violando, por el amor de Dios, acababan de destruir toda mi existencia… ¿no les bastaba con eso? ¿Ahora también debían violarme? Papá, necesito de tu ayuda…

Acabó dentro de mí y lamió mi espalda despacio, para llegar hasta mi nuca.

—Nos vemos a la noche, chiquito… todavía sigo con ganas… —me susurró. Se vistió rápidamente y se fue, dejándome solo, desnudo, en la oscuridad y hundido en lágrimas.



Así pasaron dos semanas con poca atención de mi madre (desde poca agua o poca comida a poca socialización) y muchas violaciones de Harold.

Un viernes, o al menos eso calculaba mi deteriorada salud mental, mi madre entró con un poco de comida y una silla. Me dio la comida y se sentó a mi lado, prendiendo un cigarrillo.

—¿Cómo estás? —me preguntó. 

La miré de reojo, con odio, pero al parecer no tenía nada encima. No quería hablar con ella, no quería contestarle…

—Sí, lo sé… una pregunta retórica para romper el hielo. ¿Me odiás? —le dio una pitada al cigarrillo.



—Sí.

—¿Por qué? Soy tu madre. No deberías odiar a tu madre.

—Vos no sos mi madre. Y, en todo caso, vos no deberías odiar así a tu hijo. —respondí, algo crispado. ¿Cómo le daba la cara para mirarme así, para hablarme? Tardó unos minutos en responder.

—Sí soy tu madre, hijo. Siempre lo voy a ser. —negué con la cabeza.

—No. No sos mi madre desde hace tres años. Así como la muerte de papá nos destruyó, a vos la bebida y las drogas te hicieron mierda. Nunca volví a ver a mi verdadera madre.

—Hijo… soy yo… —dijo, con lágrimas en los ojos. Al cabo de unos minutos, como no le respondía, se puso a llorar… a diferencia de mí. No iba a llorar por una persona que me maltrataba así, menos siendo mi madre. ¿Por qué no podía ser como las demás? Dulce, carismática, comprensiva…

Madre. Mi madre. Mi mamá. La que me aguantó nueve meses dentro de sí, la que me dio a luz, la que me arropaba cada noche antes de dormir, y me abrazaba cuando tenía frío…¿era la misma que me daba palizas que derivaban a salas de urgencia? ¿La misma que se drogaba y alcoholizaba todos los días desde la muerte de mi padre? ¿La misma que me tenía allí, secuestrado? ¿La misma que me había alejado del verdadero amor?

Cuerpo sí, alma no.

Salió por la puerta del granero y regresó al cabo de unos minutos, con un arma en las manos… lista para matarme.

Muchas imágenes pasaron por mi cabeza en ese mismo momento: mi tercer cumpleaños, cuando me regalaron mi primera guitarra de juguete, el día de la plaza, donde me caí de las hamacas y me sangró la rodilla, mi primer tatuaje, la pelea de mis padres, su muerte, las pinturas, mis dibujos, mi guitarra… él.

Él. Mi mundo. Mi vida. Recordé, uno a uno, cada momento juntos, cada una de sus sonrisas, sus ojos esmeralda, su oscuro cabello… en definitiva, él.

Cerré los ojos, esperando el tiro certero en mi cabeza.

Escuché el lastimoso ruido del arma disparando y sentí ardor en mis manos… una y otra vez en el mismo lugar. Mis alaridos llenaron el granero, hasta que oí algo romperse.

—Corré, escapate —observé la cadena que apresaba mis manos caer— no abras la tranquera, tiene una alarma, simplemente saltala. Cuando lo hagas, corré a la derecha… yo voy a distraer a Harold, no mires atrás ni tampoco pares. Pedile ayuda a la primera persona que veas. 



—¿Y vos? ¿Vas a quedarte acá? —le dije, levantándome. Está bien, era una mierda de persona pero seguía siendo mi madre.

—Olvidate de mí, voy a desaparecer un tiempo. Te agradecería que solamente mencionaras a Harold a la policía, pero voy a entenderte si no lo hacés. Buscá la felicidad, Frankie… se feliz —besó mi frente y me echó del granero, al mismo tiempo que ella corría hasta la casa en busca de Harold.

Perfectly Imperfect | Capítulo 14



Sometimes loneliness it’s better

[Narra Frank]




Pasaron tres meses desde que comencé a vivir con Gerard. Todo había mejorado notablemente, desde las notas de la escuela (resalto Arte y Biología), hasta el humor y la felicidad. 


Mi amado me había dado más cambios de los que había esperado: por fin pertenecía a un lugar, tenía un hogar y lo compartía con alguien que me amaba realmente. Por fin podía despertarme a la mañana y ducharme sin ningún tipo de miedo de alguna botella voladora u olor a quemado, podía desayunar algo que no esté vencido y con una sonrisa. Por fin tenía a alguien a mi lado que me decía ‘buenos días’ al levantarme, y deseando que realmente lo tenga.

Estaba sacando la llave de mi casa, con una sonrisa de oreja a oreja por mi 10 en Literatura, cuando vi a la señora Kepples baldeando la vereda, y me miró.

-Frankie, Frankie… —dijo, acercándome cuando le sonreí— gracias. Gracias en serio.

-¿Por qué? —le pregunté sonriendo, aunque algo sorprendido.

-El primer día que viniste… bueno, vos lo viste. Era, sinceramente, una persona asquerosa, malagradecida, maleducada… era un hijo de puta, resumiendo, y perdón a su santa madre que en paz descanse —miró al cielo e hizo la señal de la cruz en su pecho— cuando llegaste, Frank, cambió totalmente. Hoy necesitaba un poco de sal para la comida de mi marido y, al no poder dejarlo solo para ir al supermercado, le pedí y me dio sonriendo. Está muy cambiado, ahora me pone atención, me ayuda… ¡ah! Y ni te digo cuando…—me siguió hablando bien de Gerard y, por primera vez en mucho tiempo sentí celos. ¡Parecía como si ella lo amara más que yo! Se fijó ‘por primera vez’ en su sonrisa, en sus cabellos, en sus ojos… cosa que yo había hecho un año atrás, más o menos.

En el momento donde comenzaba a hablar de su físico, el esposo la llamó desde el porche de su casa para comunicarle que tenía hambre. Ella se despidió y se fue.

Entré en casa, oliendo el olor a comida: había mejorado mucho en la cocina, y ya sólo salíamos a comer afuera por aniversarios o cumpleaños. Con esto, ahorrábamos mucho que podíamos usarlo en muchas otras cosas… como por ejemplo, comida de calidad.

Se acercó a mí tomándome de la cintura mientras yo rodeaba su cuello con mis manos, luego de sacarme la mochila. Lo besé suavemente y sonreí.

-Doña vecina me habló muy bien de vos… que cambiaste… que ayudás… que sos re lindo… y estoy feliz. Y orgulloso. —sonrió.

-¿Y celoso? —reí, haciendo puchero después.

-Sí. Bastante.

-Vos sos mío y yo soy tuyo. Si tú saltas, yo salto. ¿Recuerdas? —sonreí ante su cita y dejó de abrazarme— Frank… siento mucho arruinar el momento de My heart will go on, pero falta queso para la pizza —reí, lo besé de nuevo y salí para el supermercado.

Me sentía un ama de casa fijándose los precios de los quesos, mientras que de vez en cuando charlaba con una vieja que se paraba cerca de mí o susurraba ‘qué caros están los lácteos’.

Es que en realidad estaban caros. Gerard me mantenía completamente, yo no usaba mi dinero para absolutamente nada. Intentaba no gastar mucho para poder llegar a fin de mes, aún con el dinero que nos sobraba de las salidas que no hacíamos.

Empecé a hacer una larga cola sólo para pagar un queso y, para no aburrirme, me empecé a fijar en la gente que había. Un gótico que estaba eligiendo unos auriculares, jóvenes que pagaban pañales sonriendo mientras el hombre descansaba la mano en la panza crecida de la chica, el guardia yéndose a comer en su receso, etcétera.

Pagué y salí, guardando la plata, pero se me cayó apenas puse un pie en la vereda.

Allí venía mi madre, aparentemente sin nada encima, pero con su especie de novio al lado. Me sonrieron tétricamente. 

-Es mejor que vengas —dijo mi madre, poniéndome algo punzante en el estómago. Dejé el queso, la bolsa y todo lo que traía conmigo en el piso y les hice caso. Como dije, parecía limpia, pero no por eso tenía que estarlo.

Los acompañé hasta una camioneta, y antes de subir me taparon los ojos. El auto comenzó la marcha y paulatinamente dejé de escuchar los autos, la gente, la ciudad. Las calles perfectamente asfaltadas cambiaron por unas de tierra con muchos pozos, y varias veces me pegué la cabeza con el techo por los saltos. Nadie hablaba. Alguien a mi lado empezó a fumar, tirándome el humo en la cama y apagándolo en mi brazo cuando se lo terminó.

Me bajaron de la alta camioneta y sentí cómo el agua de lluvias anteriores se colaba en mis zapatillas mientras caminaba. Patiné un par de veces en el barro y dos personas, luego de sujetarme, me golpearon repetidamente.

Me sentaron en una silla y, después de atarme y darme un par de golpes, me sacaron las vendas de los ojos.


Perfectly Imperfect | Capítulo 13

Everything you do



Apenas entré un horroroso olor a alcohol y cigarros apagados invadió mis pulmones. La puerta rechinaba bastante, le faltaba aceite.

Una brisa me impactó sobre mi hombro izquierdo y, al girar la cabeza, me di cuenta de que un gran ventanal estaba roto.

-¿Hola? —dije, cuestionándome no haberlo hecho antes— ¿hay alguien? ¿Señora Iero? —grité. Al no obtener respuesta, revisé cautelosamente la planta baja.

Todo estaba roto, destrozado, como si nadie viviera allí desde hacía algunos meses.

La cocina, por ejemplo, tenía dos vidrios rotos y un par de las puertas de las alacenas estaban salidas, tiradas en el piso, destruidas.

La sala de estar estaba de la misma forma, salvo por los sillones, que lo único que tenían eran algunas rajaduras en la tela que los cubría.

Subí las escaleras intentando hacer silencio, pero el sonido que hacían los escalones con mis pisadas no me ayudaba en mucho.

Al estar en el piso superior, revisé las puertas de la derecha; una habitación matrimonial, una habitación con muchas cajas amontonadas y un baño. Después, las de la izquierda; un estudio con computadora, biblioteca y escritorio, una habitación vacía y, finalmente, la antigua habitación de Frank.

Las paredes eran de un celeste azulado, y la alfombra era azul marino. El papel de la pared estaba arrancado en la esquina derecha de la habitación, había papeles y libros tirados, y la ventana estaba abierta. En una parte de la habitación había una mancha de humedad en la pared, como si alguien hubiera arrojado alguna botella hacia allí.

Eché una ojeada rápida a la habitación para saber dónde podría estar la guitarra, así que abrí el único lugar donde podría estar: el ropero.

Busqué entre remeras y pantalones pero no estaba, así que dejé de hacerlo: ¿dónde podría estar?

Miré por arriba del ropero y allí estaba, o al menos eso me decía la funda que encontré. Me senté en la cama suavemente y la abrí, descubriendo una hermosa guitarra blanca con su nombre pegado a ella.

Tenía un par de ralladuras, debía lustrarla para cuando Frank saliera del colegio.

De abajo del ropero tomé un par de cajas de cartón, pero estaban llenas de dibujos y un par de escritos. Corrí a la habitación con las cajas y vacié una que tenía vasos en ella, para volver a la habitación y llenarla con la ropa de Frank.




Perfectly Imperfect | Capítulo 12

The worst, the best


[Narra Gerard]


Mentiría si dijera que esos días dormí bien... en realidad, ni siquiera pude pegar un ojo. Pensaba todas las noches en él, en su vida, en sus días, en sus noches, en sus compañeros, en cómo lo trataban, en qué quería comer, en qué debería comer para hacerlo sentir mejor después de que le había hecho doler, a veces sus gemidos resonaban en mi cabeza mientras él dormía y debía tocarme en silencio para no tener que despertarlo. Lo miraba dormir en las noches, tan sereno y hermoso a mi lado, lo oía en sus sueños y lo despertaba en las mañanas.

-¿Frank? ¿Frankie? –le susurré al oído.

-No... no quiero... –susurró dándose vuelta. Me acerqué a su oído y le di un beso debajo de él.

-Frankie, es viernes... tenés escuela... –se removió bajo la sábana.

-No quiero torta... quiero mi guitarra... quiero a Pansy... –susurró. Abrió los ojos de a poco y le sonreí.

-Vamos, ya te hice el desayuno –le susurré bajando de la cama.

-¿Gerard? –dijo bajito, sentándose en la cama y refregándose los ojos.

-¿Sí, Frankie? –le dije, ayudándolo a caminar por el sueño.

-Gracias por lo de anoche. Sos la persona con la que quiero pasar el resto de mis días. –le sonreí y lo besé, con lágrimas en los ojos.

Lo llevé al colegio y esperé a que entrase al instituto. No quería dejarlo ir; no por el miedo, ya que desde aquél incidente con el idiota que le pegaba ninguno se había atrevido a tocarlo, sino que no veía la hora de que saliera.

Esa mañana estaría muy ocupado, sumando que tenía que llegar a horario para hacerle la comida a Frank, así que puse manos a la obra.

Hice el camino de memoria, como siempre, llegué a la entrada y bajé. Me apresuré ya que amenazaba con llover.

-Buenos días, Charlie –lo saludé, sacando mi billetera. Me sonrió en forma de saludo- dame dos claveles rojos, por favor.

Me los preparó como los preparan en los puestos de flores, muy lindos y con muchos pastos artificiales que realmente no sirven para nada y en realidad quedan horribles.

Le di cinco dólares, como decía la pizarra, pero no me cobró.

-Quedátelos. –me dijo apenas tomé los claveles y le di los billetes.- Realmente no te conozco, pero es la primera vez que veo a Frank feliz desde... bueno... vos sabés. Lo único que quiero pedirte es que no lo lastimes más de lo que ya está, brindale todo el amor que tengas para dar, porque lo necesita. No te guardes nada. –negué con la cabeza.

-No te preocupes, Charlie, le estoy dando todo el amor que jamás le pude dar a alguien. –me sonrió y me alcanzó su paragüas, ya que estaba empezando a escucharse algunos truenos.
Caminé hacia Elena, y le conté algunas cosas de las que estaba viviendo, como Frank, mi trabajo, cuánto me servía en la vida todo lo que ella me había enseñado... me descargué muchísimo, lloré otro poco pero me di cuenta de que no tenía mucho más tiempo.

-G... G1... G2... G3. Hola. –susurré. Le dejé la flor y volví a pararme, poniendo las manos en los bolsillos. Estaba muy incómodo y nervioso, aunque realmente no hubiera razón para estarlo.- Bueno... no sé realmente cómo hablarte. Es decir, con Helen es fácil, era mi abuela y todo, pero vos sos mi... suegro, y... ehm... -me removí en mi lugar- creo que sabés de lo que vengo a hablarte. Y sé, también, que si estuvieras acá querrías lo mejor para tu hijo., como yo lo hubiera querido para el mío o la mía. No sé si soy lo mejor, tampoco creo serlo, pero lo amo con todo lo que soy... y eso no va a cambiar. Nunca me fue bien en el amor, siempre fui un perdedor en el tema. Nunca tuve a la chica más linda, nunca tuve facha, jamás nadie me quiso para ir a algún baile de la escuela o para ser mi cita en la fiesta de fin de curso, pero eso me hizo el hombre que soy hoy como para amar a Frankie y no jugar con él. Prefiero ser el peor de los mejores que el mejor de los peores*, querido suegro, -sonreí al decir estas palabras. Las tenía bien ensayadas-, pero prometo hacer feliz en todo lo que pueda a tu hijo, el mejor de los mejores. -un trueno anticipó a la lluvia, y abrí el paraguas de Charlie. Me quedé unos minutos en aquella parcela y me fui, con un paso lento, hacia la entrada.

-Charlie, ¿tenés alguna idea de quién es Pansy? -le pregunté mientras cerraba su paraguas, se lo devolvía y le daba algunos billetes y las gracias.

-La guitarra de Frank, por supuesto. El objeto más amado por él; amaba tocarla en los días de lluvia como hoy. -sonrió, recordando, al parecer, viejos tiempos.

-¿La tenía en su casa?

-Ahá.

-¿Sabrás dónde?

-Según recuerdo... -pensó un minuto- ...creo que en su habitación. Al subir la escalera, es la tercera puerta a la izquierda. Allí debe estar.

-Perfecto... muchas gracias, Charlie. -le dije y caminé hacia mi auto. 

Al sentarme en el asiento del conductor, tomé una carpeta que Frank ese día no utilizaba de abajo del asiento del acompañante para ver la dirección. Conduje recordando las palabras de Charlie, hasta que llegué. Bajé y me arrimé a la puerta.

Estaba abierta, así que entré.


Perfectly Imperfect | Capítulo 11

If we were dead. DEAD!


La mañana del domingo decidí ir al cementerio a visitar a mi padre, y Gerard se ofreció enseguida a acompañarme.


Comúnmente iba solo, ya que a mi madre no le interesaba realmente; ni siquiera asistió al funeral. Recuerdo perfectamente que cuando volví la encontré en la casa revolcándose con otro tipo en el sillón y que, cuando me vio, me tiró su vaso con whisky. Por suerte lo esquivé y pegó en una pared… hoy en día esa mancha sigue existiendo.


Nos pusimos en marcha con su auto, y cantamos todo el camino. Ya no me deprimía ir a visitarlo, no teniendo a Gerard a mi lado.


-Hola, Charlie –dije al pasar por el puesto de flores en la entrada. Él me saludó con una sonrisa y preparó el clavel rojo que siempre le llevaba a mi padre.


Charlie era un simpático hombre de unos cuarenta y tantos años, casi pelado, con un bigote negro y una especie de boina tapando su calvicie. Era rechoncho, tenía unas mejillas y una nariz siempre rojas por el frío y una sonrisa encantadora. Había sido amigo de mi padre en la escuela, y lo habían seguido siendo desde que ella terminó; cada uno tomó su camino, se relacionaron con diferente gente pero siempre habían mantenido contacto. Eso, para mí, era una amistad.


Charlie era como mi tío prácticamente, siempre pasaba por casa y me traía chocolates a mí, mientras que a mi madre –mi sobria madre- le traía flores; claveles rojos, en realidad, porque a mi padre siempre le habían gustado.


-¿Todo bien, Frankie? –me preguntó aún sonriendo mientras yo le daba el dinero que decía en la pizarra. Y, como costumbre, me descontaba varios dólares de mi compra (el ochenta por ciento, debería decir) por el simple hecho de ser su sobrino, ganándose una mirada de reprobación de mi parte… pero no iba a discutir, él siempre salía ganando.


Gerard llegó a mi lado luego de unos segundos, guardando las llaves en su bolsillo con una mano y entrelazando la otra con la mía. Charlie vio este gesto y yo sonreí.


-Sí, Charlie… todo más que bien –sonrió y me apresuré a entrar con Gerard. 


Pasábamos las tumbas y parcelas callados, pero aún así Gerard estaba muy atento por dónde íbamos. Miraba para todos lados, recorriendo con la mirada cada uno de los árboles y los arbustos que pasábamos.


-Aquí es –susurré pasados los diez minutos caminando- G3… –me arrodillé suavemente sobre la parcela y acomodé la flor en el centro de ésta.


Gerard tomó mis hombros cuando se dio cuenta de que empezaba a llorar, y se fue agachando hasta poder abrazarme.


¿Por qué él había muerto esa noche? ¿Por qué a mi madre no le importaba? ¿Por qué me sentía culpable aún? Pero, lo más importante… ¿qué diría sobre Gerard si aún estuviera acá?


-Frank, él debe estar orgulloso de vos por seguir adelante a pesar de todo, tanto o más de lo que yo lo estoy… –me susurró con la boca en mi cabello como si me leyera la mente.


Allí nos quedamos unos veinte minutos más hasta que decidimos irnos. Yo quise volver por donde habíamos venido, pero él quiso tomar otro camino, mucho más largo.


¿Cómo describir ese momento? Estaba caminando por un cementerio momentáneamente desierto, con lágrimas secas en las mejillas, con frío… pero estaba abrazado a él. Ahora mismo una bala podría atravesar cada una de mis capas craneales y moriría feliz sólo por haber pasado los últimos segundos de mi vida junto a él.


-Acá estamos… Hola, Helen… –saludó a una parcela: Elena Lee Rush.- Frankie, ella es… era… mi abuela. Me enseñó todo lo que sé sobre arte como sobre valores. Cuando ella falleció hace unos años… mi mundo prácticamente se vino abajo, todo murió junto a ella para mí… y entré en las drogas y en el alcohol, estuve a punto de morirme… –tomó mi mano, suspirando- Gracias a ¿Dios? Pude dejarlas por completo hace un año –volvió a suspirar y habló unos minutos para sí mismo, para Elena. 


Se despidió de ella y volvimos a caminar, ahora saliendo, tomados de la mano.


-¿Por qué me dijiste que tus padres estaban separados? –preguntó unos minutos después. Lo miré con culpa.


-Porque… aparte de vos, mi madre y yo, no muchas personas lo saben, y… estoy harto de que me acusen de haberlo matado. Tampoco quiero la lástima de nadie –me abrazó muy fuerte.


-Lo que vos necesitás no es lástima, es amor –me besó suavemente el pelo- y es lo que yo pienso darte. –Sonreí.


Salimos del cementerio, saludamos a Charlie y nos encaminamos hacia el auto.



Perfectly Imperfect | Capítulo 10

All those thoughts are leaving you tonight.




Entramos al baño besándonos, mientras yo sentía que su lengua iba a bajar por mi garganta, prácticamente. Me empujó suavemente dentro de la bañera, con ropa y todo, para luego meterse él. 

Abrió la canilla del agua caliente y me estremecí al sentir su contacto con mi cabello.

Me sacó la remera y admiró mis tatuajes. Pasó sus ojos por la tinta que cubría mi pecho y mis brazos, y luego me besó. Torpemente enredé mis dedos en su cabello, haciendo presión sobre mi cuerpo cuando empezó a besar mi cuello. 

Dejé la boca entreabierta soltando pequeños suspiros cuando él pasó a mi pecho, besándome y acariciándome con una pasión que jamás había sentido, ni siquiera cuando yo mismo me tocaba. Gemí suavemente cuando él mordió uno de mis pezones, y automáticamente pasó a la parte baja de mi estómago. Se quedó mirándome mientras con la punta de su lengua recorría el borde de mi pantalón, rodeaba mi ombligo y mordía suavemente debajo de él.

Desabrochó despacio mi pantalón tentándome, más aún se tardó cuando mordió mis bóxers. Lo hizo despacio, calmado, como si toda la pasión y deseo que allí había fuese solamente mía. A mí me costaba respirar para ese entonces, y con un gemido le pedí indirectamente que fuese al grano del asunto.

De repente, la idea de que yo era su primera relación homosexual me cruzó por la cabeza. ¿Acaso me mentía? ¿Era su esposa hermafrodita? ¿Algo? No podía hacerlo demasiado bien en su primera vez, realmente era imposible.

-Gerard… –suspiré, y él rápidamente subió a mi boca, mientras se sacaba la ropa despacito.- Jurame que soy el primer chico con el que estás. –sonrió mientras terminaba de sacarse su camisa.- Jurámelo. –me besó.

-El primero y el más perfecto de todos, Iero. Ahora, saltá. –eso hice, y me atrapó contra la pared. Puse mis piernas alrededor de su cintura mientras lo miraba, atento y asustado. Él notó esto y me volvió a besar.- No tengas miedo, mi Frankie. Simplemente tené en cuenta de que el amor a veces duele, pero que después de todo vale la pena. –asentí miedoso y entró despacito en mí.

Solté un gran alarido, ya que no estaba acostumbrado a eso, era sabido. Dolía mucho, y volví a gritar. Se detuvo.

-¿Paro? –susurró, con un tono de decepción en su voz. Lo entendía, yo había deseado esto tanto o más que él, y ahora parar porque ‘me dolía’… no, no iba a pasar, así que le negué con la cabeza apretando los labios. Suspiró y me besó el cuello.- Relajate, disfrutalo. Que tu cuerpo esté suelto, no estés tan rígido… –intenté relajarme y lo conseguí en su mayoría. Él siguió muy despacio, atento a mis reacciones conforme iba avanzando dentro de mí.

En un determinado momento, dejó de dolerme y todo ese sufrimiento dio paso al placer, puro placer que me encendía todo el cuerpo, sobretodo mi cara. La sentía arder, realmente no podía más.

Pero me equivoqué, ya que él me tomó de la cintura para poder tomar más impulso y llegar más hondo dentro de mí, para luego de unos minutos hacerme sentir el vientre caliente y yo acabarle el en pecho.

Me besó tiernamente cuando nuestro acto cesó, y se sentó en el suelo mientras el agua caía constantemente en su pecho desnudo limpiando mis restos. Cuando éstos se fueron del todo, me senté entre sus piernas y acosté mi cabeza en su pecho.

¿Cómo no amarlo? Cumplía con todas mis expectativas, deseos, pasiones, ganas de vivir. Me hacía sentir querido, adorado, amado. Me hacía sentir bien.

Me hacía sentir vivo.





Perfectly Imperfect | Capítulo 9

My little decoy.


Cuando volví de mi paseo por la casa de la ley, él me esperaba con la cena lista, bañado y sonriente. Comimos, me contó de su vida en los días en que me ausenté y me dio al menos cincuenta gracias por lo que había hecho; nadie se había atrevido a tocarlo o a dirigirle la mirada desde el incidente.



[Narra Frank]

Nos sentamos en el sillón, y sacó sus cigarrillos. Encendió uno y lo fumó suave y sensualmente, como si lo hiciera a propósito.

-¿Me das uno? –susurré, señalando la caja de Marlboro.

-Perdón… ¿cómo dijiste?

-Si me das un cigarrillo…

-¿Vos fumás?

-No –rió.

-Exactamente, eso creí. Frank, no voy a dejar que fumes, no conmigo a tu lado. –fruncí el ceño.

-Y, ¿por qué no? –se acercó y se pegó a mi oreja.

-Hay otros vicios en los cuales podés iniciarte, que son igual o más adictivos que fumar… -lamió mi lóbulo y suspiré excitado.

-Enseñame… –le susurré y… Dios. Sentí sus labios sobre los míos. Sentí cómo respiraba agitado en mi boca, los ‘te amo’ que susurraba en mi oído entre gemidos, su sudor mezclándose con el mío y…

-Frank… Frank… –lo escuchaba gemir- Frank… ¡Frank! –abrí mis ojos.- Frank, ¿estás bien? Te dormiste viendo la tele… -no respondí. Estaba más que bien. Estaba… enamorado.

Estaba tirado en la cama, ¿acaso me había llevado allí? Y más importante aún, ¿él me había sacado la ropa hasta dejarme sólo en boxers, como yo dormía? Él también lo estaba… en cuatro… a mi lado.

¿Qué pude haber hecho más que eso? Ansiaba desde hacía mucho sus labios, y sentirlos sobre mí era una idea que me volvía loco. Pero lo que más me sorprendió es que él me respondió. Y, aunque no pasó a más que besos, caricias y revolcadas en la cama para cambiar de posición… fue una de las mejores noches de mi vida.

La mañana siguiente, la de un sábado, me abrazó por atrás en la cama mientras estaba dormido. Sentí cómo por fin una persona me quería.

Le cociné, le lavé, le planché y le limpié, y aún no despertaba. Me encaminé a la habitación para preguntarle si había muerto o algo parecido, pero… no, me había equivocado, estaba muy despierto… y bañándose. 

Entré en el baño y me senté en el bidet. Lo escuchaba cantar, aún no se había dado cuenta de que yo estaba allí.

-You’ve never been so used as I’m using you, abusing you, my little decoy! –cantó. ¿Desde cuándo le gustaba Paramore? Yo pensé que los odiaba, en realidad.

Para mi sorpresa, cerró la canilla. Pensaba salir antes de lo que lo hiciera, para que no supiera que había estado allí. Tomó una toalla y se secó adentro de la ducha, aún tarareando un par de canciones. Salió con la toalla ya puesta en su cintura, y casi se cae al verme allí.

-¿De mí también vas a abusar? –dije, y sonrió. Se acercó a mí, y tomó mis mejillas en sus manos.

Por un minuto creo haber dejado de respirar. Sus ojos, verde esmeralda, tan puros , tan transparentes... no podía dejar de verlos, me tenían completamente idiota e hipnotizado. Me daba seguridad, mucha. Y era tan hermoso...

Sus labios eran suaves y cálidos, irradiaban un calor poco común que no muchos llegan a conocer. ¿Pasión? ¿Deseo? ¿Fiebre? No sabía qué era exactamente lo que provocaba ese pequeño calorcito que sentía cada vez que sus labios tocaban los míos, pero me encantaba. Y tenían gusto salado, a mi parecer. Un exquisito gusto salado que no sabía de dónde venía, pero que hacía que me volviera loco.

-Gerard... –suspiré mientras él mordía suavemente mi labio.- ...cociné.







No fue una comida normal. Prácticamente no comimos, ya que las caricias y los besos no tardaron en llegar, pero sí en irse. Cuando me dio verdadera hambre, en el momento en que sentí a mi estómago rugir, se sentó en mi falda y me pasó bocados de su boca a la mía, suavemente y rozándome con su nariz cada vez que se retiraba.

Estuvimos juntos más de lo nomal. Me ayudó con la tarea, cocinamos, limpiamos más de lo que yo había limpiado, cantamos, tocamos un poco la guitarra y pintamos un buen rato, para que me enseñe sus técnicas.

Cuando volvimos a la habitación y me miré en el espejo, me vi lleno de pintura, incluso mi ropa y mi cabello. Mi negro carbón se había convertido en un verde azulado mezclado con rojo pasión. Él, que venía detrás de mí, me abrazó, dándome un beso debajo de la oreja.

-¿Te vas a bañar? –me susurró abrazándome por atrás, con un tono pícaro y sensual.

Me planteé el tema del miedo. Desde que me di cuenta de que me gustaban los hombres, siempre el tema de tener sexo o hacer el amor me había causado terror: ¿y si salía lastimado? ¿Si no lo hacía bien mi primera vez?* ¿Si a el otro individuo de la relación lo lastimaba, le hacía mal o simplemente no le gustaba? ¿Qué pasaba si lo probaba y no me gustaba, más allá de que siga amando a Gerard?

Pero me retracté al instante: lo hacía por amor, por supuesto que me iba a gustar y, lo hiciera o no bien, Gerard no lo despreciaría. Me habría dado miedo, mucho miedo, de no ser Gerard.

Era la persona que amaba, y no iba a arrepentirme de esto.