Recuesto mi cabeza suavemente en la almohada y me sumerjo en el mundo de lo desconocido. ¿Hace cuánto estoy acá tendida? ¿Una hora, dos? No puedo dormir. Las estrellas se calan en mi retina como rayos de algún láser, muy brillantes en la oscuridad a estas horas. ¿Es eso la luz del sol amaneciendo o soy sólo yo imaginando? No puedo prender la PC, me oirían y me mandarían a dormir.
¿En serio no puedo desconectarme de todo esto? ¿Por qué mi inconsciente sigue pensando en estas cosas? No es justo, quiero dormir. Quiero pensar en música, en viajar, en mis programas favoritos, en las películas que vi ayer. ¿Por qué tengo que pensar en esto? No quiero, no quiero, no quiero.
Puto mosquito. ¿Es eso un mosquito? Por favor, que no sea una cucaracha voladora. Por favor, por favor, por favor. No, se fue, no escucho más su ruido. No, ahí está de vuelta. Me voy a tapar hasta la cabeza.
Mierda, no respiro. Voy a sacar la nariz afuera de mi cueva, así puedo dormirme. Wait, afuera está frío. Voy a entrar la nariz. Mierda, vuelvo a ahogarme. Me voy a destapar y que sea lo que Dios quiera.
¿Qué hora es? ¡¿Ya son las seis?! ¿Cómo se pasó tan rápido el tiempo? Los pájaros ya empiezan a molestarme. El gallo del vecino ya cantó, que lo jodan. Aún no dormí y todos ya se despiertan.
Mierda.
jueves, 29 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
La tumba de las luciérnagas
Título: La tumba de las luciérnagas.
Autor: Xylo Brytes.
Clasificación: para todo público.
Género: desconocido. ¿Drama?
Advertencia: ninguna.
Parejas: ninguna.
Me desperté esa mañana temprano, con un sol abrasador. Cerré la cortina en busca de un ambiente oscuro y fresco. Puse un par de flores en el envase de caramelos de fruta que tenía en mi mesa de luz, el cual me recordaba mi pobreza; oh, cómo la extrañaba. Sus risas y sus juegos, sus sonrisas matutinas…
Fui hasta su habitación, divisando su cuna. El tenedor de plástico estaba encima de su platito de juguete, con su muñeca sentada en una sillita aún esperando que su madre le de comida inexistente.
Las luciérnagas de peluche colgaban del techo, incitando a una beba inexistente a que caiga en los brazos de Morfeo.
Entré buscando sus recuerdos y pisé un camión de juguete, el pequeño, el que usaba para molestarme los fines de semana. El dolor me hizo dar cuenta de que estaba despierto, que la extrañaba y que los aviones enemigos volvían a sobrevolar la ciudad.
Juré frente al altar de caramelos de fruta que vengaría su muerte, y este dolor era el que me decía que ya estaba preparado para hacerlo.
Recé dos veces, tomé el arma y pedí que ella me esperara dondequiera que estuviera.
martes, 9 de agosto de 2011
Afrodita te odia, Eros te desea | Capítulo III
Eros se quedó allí viendo a Gerard recoger los frutos. ¡Cómo Afrodita no le iba a tener envidia, si su belleza era digna de un dios! Los rumores en el Olimpo corrían a la misma velocidad que Apolo, aunque no lo crean.
–Yassou –dijo Gerard al ver a Eros.
–Yassou –repitió el dios.
–¿Eres de este pueblucho? Jamás te había visto por estos lugares…
–Yassou –dijo Gerard al ver a Eros.
–Yassou –repitió el dios.
–¿Eres de este pueblucho? Jamás te había visto por estos lugares…
–No, yo… yo no soy de acá. Soy de… Inglaterra.
–Oh, inglés. Y… ¿cuál es tu nombre?
–Yo… –eso Eros no lo había pensado, tenía que tener un nombre inglés y no uno griego– soy… soy Frank. ¿Tú eres…?
–Oh, inglés. Y… ¿cuál es tu nombre?
–Yo… –eso Eros no lo había pensado, tenía que tener un nombre inglés y no uno griego– soy… soy Frank. ¿Tú eres…?
–Yo soy Gerard, nací aquí. ¿Qué estás haciendo por estos lugares, Frank?
–Puro turismo, en realidad.
Eros observó atentamente a Gerard durante mucho tiempo, mientras cortaba los frutos. Era muy hermoso en verdad, digno de un dios. ¿Acaso podría hacerse pasar por uno? Él creía que sí.
–Frank, ¿quieres venir a cenar a mi casa? Sé cocinar muy bien cordero… –sonrió Gerard.
–Lo siento mucho, Gerard, pero no como cordero. Igualmente, veré si puedo ir, debo hacer unas cosas todo el día de hoy –Gerard sonrió.
Cuando Apolo hizo que el sol cayera, el mortal se fue para su casa y Eros se preparó para su ataque. Pero… ¿deseaba realmente el joven dios lanzarle esa flecha? Gerard le había gustado, y él lo había invitado a cenar, como todos con los que se había acostado. ¿Realmente quería ese puesto en el Olimpo?
Esa noche, Eros tocó la puerta de Gerard, quien lo recibió con una sonrisa. El pequeño dios ayudó al mortal a preparar la comida entre risas y sonrisas, hasta que se plantó la hora de comer.
–Y cuéntame, Frank… siendo inglés, ¿crees en nuestra mitología?
–En realidad, sí. Siempre me gustaron mucho esos tipos de dioses, en realidad. ¿Por qué?
–Pues si te digo, me creerías un loco.
–Por favor, adelante Gerard. Dime.
–Bueno… hoy estaba en el bosque de camino al altar de Artemisa, cuando ésta me susurró al oído Afrodita te odia, Eros te desea. ¿Acaso eso es normal? –a Eros le subió la sangre a la cara. Al no recibir respuesta, el mortal continuó– bueno… si el dios Eros me deseara, por supuesto le respondería. ¿Acaso tú no?
El mortal sonrió después de unos segundos, dejando a Eros con la palabra en la boca. Luego, salió hacia los viñedos, sin parar de caminar, sin detenerse en ninguna de las plantas. Eros, sin ninguna opción, lo siguió.
¿Acaso no sabía Gerard qué camino estaba tomando? Bueno, Eros sí. Y el lugar que pensaba era el mismo al que acababan de llegar.
El principal templo de Afrodita.
¿Lo que Eros veía era real? Gerard se estaba sacando la ropa, dejando su pálida piel al descubierto. Se dio vuelta, dejando ver sus partes e iniciando un fuerte deseo de Eros.
–¿Crees que Eros me querría así?
El joven dios se abalanzó sobre él, sacándose la ropa y haciéndole el amor en el templo de Afrodita.
Eros observó atentamente a Gerard durante mucho tiempo, mientras cortaba los frutos. Era muy hermoso en verdad, digno de un dios. ¿Acaso podría hacerse pasar por uno? Él creía que sí.
–Frank, ¿quieres venir a cenar a mi casa? Sé cocinar muy bien cordero… –sonrió Gerard.
–Lo siento mucho, Gerard, pero no como cordero. Igualmente, veré si puedo ir, debo hacer unas cosas todo el día de hoy –Gerard sonrió.
Cuando Apolo hizo que el sol cayera, el mortal se fue para su casa y Eros se preparó para su ataque. Pero… ¿deseaba realmente el joven dios lanzarle esa flecha? Gerard le había gustado, y él lo había invitado a cenar, como todos con los que se había acostado. ¿Realmente quería ese puesto en el Olimpo?
Esa noche, Eros tocó la puerta de Gerard, quien lo recibió con una sonrisa. El pequeño dios ayudó al mortal a preparar la comida entre risas y sonrisas, hasta que se plantó la hora de comer.
–Y cuéntame, Frank… siendo inglés, ¿crees en nuestra mitología?
–En realidad, sí. Siempre me gustaron mucho esos tipos de dioses, en realidad. ¿Por qué?
–Pues si te digo, me creerías un loco.
–Por favor, adelante Gerard. Dime.
–Bueno… hoy estaba en el bosque de camino al altar de Artemisa, cuando ésta me susurró al oído Afrodita te odia, Eros te desea. ¿Acaso eso es normal? –a Eros le subió la sangre a la cara. Al no recibir respuesta, el mortal continuó– bueno… si el dios Eros me deseara, por supuesto le respondería. ¿Acaso tú no?
El mortal sonrió después de unos segundos, dejando a Eros con la palabra en la boca. Luego, salió hacia los viñedos, sin parar de caminar, sin detenerse en ninguna de las plantas. Eros, sin ninguna opción, lo siguió.
¿Acaso no sabía Gerard qué camino estaba tomando? Bueno, Eros sí. Y el lugar que pensaba era el mismo al que acababan de llegar.
El principal templo de Afrodita.
¿Lo que Eros veía era real? Gerard se estaba sacando la ropa, dejando su pálida piel al descubierto. Se dio vuelta, dejando ver sus partes e iniciando un fuerte deseo de Eros.
–¿Crees que Eros me querría así?
El joven dios se abalanzó sobre él, sacándose la ropa y haciéndole el amor en el templo de Afrodita.
La diosa, viendo esa aberración contra su persona, estalló en ira y decidió acabar con la vida de los dos, aunque se preguntaba si podría matar a Eros ahora que estaba convertido en una especie de mortal.
Pero Zeus, que observaba todos y cada uno de los movimientos de Afrodita en ese momento, la detuvo: una nueva raza de gente estaba por nacer, la semi dios, así que le dio el poder de la fecundación a Eros para que empezaran con esa raza. Y se preguntaba si sería algo bueno… o algo desastroso.
Pero Zeus, que observaba todos y cada uno de los movimientos de Afrodita en ese momento, la detuvo: una nueva raza de gente estaba por nacer, la semi dios, así que le dio el poder de la fecundación a Eros para que empezaran con esa raza. Y se preguntaba si sería algo bueno… o algo desastroso.
Afrodita te odia, Eros te desea | Capítulo II
Cárites | Talía, Eufrósine y Aglaya. Pertenecientes a los dioses inferiores. Homero escribió que eran parte del séquito de Afrodita. También llamadas Las Tres Gracias.
Eros | dios que enamoraba a mortales e inmortales con sus flechas. Cupido.
Eros era un joven dios, uno de los más jóvenes del Olimpo. Si lo ponemos en términos actuales, era el nieto de Afrodita… pero ustedes saben que esos tiempos eran locos, y que el libre albedrío era total, por lo tanto no había hijos, nietos o bisnietos, sino que simplemente un dios dejaba descendencia.
En fin. Eros, al ser de la descendencia de Afrodita, tenía algo que ver con ella: el Amor. Él era el encargado de enamorar a las personas con sus infinitas flechas, y hoy en día es más conocido como Cupido. El 14 de febrero, según muchos dicen, baja del Olimpo a enamorar a miles de millones de personas para deleitarse a sí mismo y, por qué no, a Afrodita.
Una de las tantas mañanas en las que estaba haciendo de sus travesuras enamorando a diferentes especies unas con otras, se le aparecieron las Cárites, anunciando la pronta llegada de Afrodita. Si bien muchos especulaban y especulan con su figura, se podría decir de fuentes confiables que Talía poseía cabello castaño oscuro, siempre atado con un rodete detrás de la cabeza, Eufróside castaño claro con algo parecido a una coleta y Aglaya era rubia y siempre llevaba el cabello suelto. Las tres andaban completamente desnudas exceptuando con lo que Talía y Eufróside ataban sus cabellos, que parecía ser un collar.
El pequeño dios se acomodó contra un árbol, encogiendo sus hermosas alas contra su cuerpo, procurando que ningún mortal anduviera cerca para que no vea su desnudez ni su belleza. Apoyó las flechas y el arco en el suelo y aguardó hasta que la diosa llegara.
Afrodita se materializó en ese momento, sorprendiendo a Eros por su belleza. Le sonrió al joven dios y le dijo que se acercara, tendiéndole una nueva flecha forjada por Brontes, uno de los tres primeros Cíclopes. Se veía rara y a Eros no le olía nada bien ese asunto, pero se igualmente se acercó.
El dios, al principio, pensó que estaba mal hecha, pero no podía ser: Brontes era un artesano respetado en el Olimpo, y Afrodita no era tonta como para aceptar algo mal hecho. Pero no contaba con la posibilidad de que estuviera mal hecha a propósito.
Apenas Eros tomó la flecha entre sus manos, sintió el odio con el que estaba forjada.
–No es una flecha común, mi querido Eros –susurró Afrodita– es una flecha de oro oxidado, recientemente hecha por uno de mis queridos Cíclopes. Debo pedirte un pequeño favor, y a cambio convenceré a Zeus para que te dé mucha más importancia en el Olimpo, y no sólo como un dios secundario.
A Eros le brillaron los ojos al oír esto, ya que siempre había querido ser un dios como lo era Zeus o Poseidón: los mortales lo adorarían tanto como a ellos, ¡incluso tendría más de un día al año para que los mortales lo invocaran! Estaría, en ese entonces, muy feliz. Incluso como si estuviera enamorado.
–¿Cuál es mi trabajo, querida Afrodita? No te defraudaré –susurró Eros, arrodillándose en honor a la diosa.
–Te encomendaré el pequeño favor: hay un mortal el cual he estado vigilando, y me he dado cuenta de que no se ha enamorado jamás de nadie… por eso te he traído esta flecha de oro oxidado, para que se enamore de la persona más fea de toda Grecia.
–¿Cómo es que se llama ese desdichado hombre, querida Afrodita? –Ella se removió en su lugar, algo molesta por recordarlo.
–Gerard –Eros asintió.
–Afrodita, tus deseos son órdenes –susurró, y se levantó solamente cuando la diosa se desvaneció junto a su séquito.
Fue entonces cuando el pequeño dios comenzó a prepararse para su bajada al mundo de los mortales: se vistió como uno, escondió perfectamente sus alas y bajó inmediatamente a la Tierra, al mismísimo templo en el que Gerard juntaba frutos.
Observó atentamente el lujo con que Afrodita contaba por esos lugares, y deseó más que nunca cumplir esta misión.
Esperó junto a un par de cabras que había por allí de algún rebaño perdido, ya que lo reconocieron inmediatamente. Los animales no son tontos, no señor: así como pueden sentir desastres naturales, también pueden percibir dioses, espíritus o seres aún más sobrenaturales.
Un par de horas después, Gerard apareció junto con su canasta vacía, cantando una canción griega.
El plan de Afrodita había comenzado, Eros se puso en pie y el mortal lo miró algo asombrado. Pero la diosa no contaba con el deseo de amor que Eros tenía dentro, y más aún de un virgen de corazón.
Afrodita te odia, Eros te desea | Capítulo I | Parte II
El hombre se quedó a comer uno de los mejores corderos con que Gerard contaba y la mejor reserva de vino que tenía junto a la leña encendida que esa misma tarde había cortado.
Después de cenar, salieron hacia el viñedo de la casa a juntar unas uvas, y las comieron a la luz de la luna.
¿Alguna vez se preguntaron si en aquellos tiempos existía el sexo sin amor? ¿O la bisexualidad? Bueno, acá tienen la respuesta: sí, existían, y mucho más frecuentemente de lo que se pudiera pensar. Y eso es lo que pasó esa noche.
Gerard jamás había sentido nada por nadie, pero era un humano y tenía necesidades. Esa noche Gerard hizo el amor con su invitado, y Afrodita sucumbió ante la rabia: el plan original era que lo violara, para así jamás volver cerca de los templos de la diosa.
Pero este plan no funcionó, y siguió volviendo al lugar como siempre.
Hizo un segundo plan para librarse de Gerard, el cual se llevó a cabo el siguiente mes. Hizo que una jovencita muy hermosa fuera a la misma hora que él a recoger frutos, y así se formó una amistad. A lo largo de seis meses fueron muy amigos, hasta que ella se tuvo que mudar al otro lado de Grecia. Esa última noche hicieron el amor, cosa que a Afrodita le despertó un sentimiento de insaciable odio hacia el mortal, ya que pensó que algún tipo de amor nacería en el joven, pero no fue así. Excepto amistad, Gerard no sentía nada por ella.
–Den katalavaíno pós aftós o ánthropos eínai tóso iíthios –susurró la diosa, arreglando su largo cabello– Écho na káno káti me aftó
La tercera es la vencida es una frase muy vieja, y aún en esas épocas se utilizaba. La diosa esperaba que esa frase la ayudara a seguir en el camino que estaba a punto que tomar.
Esa misma tarde estaba visitando a Brontes, uno de los Cíclopes para que le hiciera un favor especial: este y muchos otros favores quedaría debiendo, pero era necesario deshacerse de ese irritante mortal… como fuese.
Den katalavaíno pós aftós o ánthropos eínai tóso iíthios: no puedo creer que este hombre sea tan tonto.
Écho na káno káti me aftó: debo hacer algo con él.
Nota de autor | los diálogos están escritos en castellano (español de España). Las palabras en griego están escritas por su pronunciación, no escritura.
Afrodita te odia, Eros te desea | Capítulo I | Parte I
Afrodita | diosa del Amor, la Lujuria, la Belleza, la Sexualidad y la Reproducción
Afrodita levantó la vista del pequeño Pegaso que acababa de ver nacer para ponerle atención a uno de sus altares en la mismísima Grecia. Allí, una mujer de mediana edad, abandonaba su altar cuando acababa de entrar.
A la izquierda de este edificio se encontraba Gerard, un hombre bastante joven que todos los días al mediodía juntaba frutos en ese lugar. Todos los días algunas personas, tanto hombres o mujeres, se veían atraídos por su belleza y, si bien los hombres lo disimulaban preguntando, por ejemplo, qué clase de frutos juntaba, Afrodita sabía perfectamente que no era ese su interés.
¿Cómo era que un simple mortal alejaba a sus veneradores de sus templos? ¿Podía tener una diosa ese tipo de suerte?
Pero un día se fijó en algo que le llamaba la atención: él no sentía el mismo tipo de atracción por la gente que se le acercaba; les hablaba amablemente, típico de su forma de ser, con una sonrisa pero jamás se había fijado en alguna de las personas que se acercaban.
Afrodita, como todo el mundo debería saber, era bastante arrogante, orgullosa y terca entre muchas otras cosas, y reinaban en ella los celos. Éstos comenzaron a nacer cada vez más seguido en la diosa, así que comenzó a idear un plan para que la gente volviera a sus templos.
El primer plan lo llevó a cabo enseguida. Hizo que un ciudadano fuera a su templo y que, como todos los otros, se distrajera con la belleza de Gerard. Él, como a todos, le sonrió y entabló una conversación con el hombre que acababa de acercársele mientras terminaba de recoger los frutos.
Cuando terminó su tarea, invitó al extraño a su casa, ya que, como todos los habitantes de su pueblo, tenía bondad infinita.
Pero Gerard no contaba con el hecho de que detrás de sus acciones reinaban los infinitos celos de Afrodita, que esa bondad que aquél hombre poseía estaba invadida por la diosa.
lunes, 25 de julio de 2011
Perfectly Imperfect | Capítulo 17
Perfectly Imperfect
Comencé a derramar algunas lágrimas por culpa de mi amado. ¡Dos pisos con más de 120 pinturas que mostraban mis ojos, mis tatuajes, mi sonrisa, mis facciones a la perfección me invadieron!
Recorrí cada una de las imágenes y me sorprendí con la verosimilidad con que las pinturas contaban; cada uno de mis tatuajes estaba en el lugar perfecto, ni un poco más allá, ni un poco más acá. Simplemente perfectos.
Quizás no lo había apreciado demasiado. Antes de que todo esto sucediera… no sé. Yo lo amaba, yo lo amo, ¿cómo es que no supe apreciarlo como se lo merece? Es decir, ¿cómo no me di cuenta de que me amaba tanto como para saber dónde estaban mis tatuajes, cómo reproducir perfectamente mi sonrisa? ¿Cómo hacía tantas pinturas sobre mí y las exponía aún no sabiendo si lo había dejado por voluntad propia?
Pero eso es lo que más me gustaba de Gerard Way: que me amaba sin importar qué. Aún cuando yo no le daba lo suficiente, él me amaba. Siempre me amó. Y recién ahora me estaba dando cuenta.
Llegué al final de la exposición más o menos una hora después de haber entrado, y no pude evitar sonreír. Reconocía perfectamente ese dibujo, las líneas con que estaba dibujado, los colores con que había sido pintado, la persona que estaba en él.
Había sido mi primer dibujo sobre él, pintado el primer día que me crucé con él en la plaza. Él estaba allí, pintando, reproduciendo su arte, y los recuerdos volvieron como si hubiese sido el día anterior.
–Hermoso, ¿no es cierto? Lo pintó la persona que amé el primer día que lo vi llegar a la plaza donde yo pintaba antes. Se sentó junto a mí, a sus dieciséis años… ahora tiene diecinueve, aunque realmente no sé si está vivo o no… no supe nada más de él. Siempre fue hermoso, aún cuando tenía el rostro magullado por los imbéciles de sus compañeros –sí, el mismísimo Way estaba a mi lado hablándole de la pintura al propio artista.
–No creo que fuera hermoso, pero sí que te amo mucho y que no te dejó por decisión propia… te amaba demasiado como para poder hacerlo –dije, algo nervioso. Suspiró y se acercó a mí, aún sin verme.
–Me enteré de algo así, salió en todos los noticieros. Su madre está por estos lugares, ¿quiere conocerla? Es bastante simpática ahora que está limpia, y creo que se usted se alegrará al saber que no se parece a la madre de Nelson Muntz –sonreí, mirando por abajo.
–No, la conozco demasiado como para querer verla. Lo que sí me gustaría sería poder volver todo al pasado, que todo fuera como antes…
–No sé si se podrá, realmente. Pero, ¿está seguro? Podría arrepentirse.
–Para nada. Toda esta imperfección es perfecta, ¿no lo dijo usted? Su imperfección es perfecta, así como sus pinturas… –suspiró, se acercó y me tomó la mano, todavía sin mirarme.
–Te extrañé. Estaba preocupado –apreté su mano.
–No tendrías que haberlo hecho… te pertenezco, siempre vuelvo a vos –saqué de mi bolsillo el papel que estaba pegado en la lápida de Elena y se lo di.
–La visitaste… –me observó con lágrimas en los ojos.
–Siempre lo hice, con la esperanza de saber algo de vos… pero jamás nada, hasta hace unos días, cuando encontré eso –me abrazó.
–Gracias por volver a mi lado, por jamás irte… –le devolví en abrazo, sonriendo.
Perfectly Imperfect | Capítulo 16
Tu arte como mi forma de vivir
Dos años después
Caminé poco más de dos metros y dejé el clavel rojo en la parcela, limpiando el nombre que tenía algunas hojas de algún árbol.
–Hola… te extrañé –me senté en el pasto mojado, agachando la cabeza para verlo– papá… van dos años. Sigo buscando, pero por cada paso que doy hacia adelante, doy tres para atrás. Hay un más de cincuenta Gerard Way en cada uno de los estados, ¡y a cada uno que llamo me dice que no pinta! No está haciendo ninguna puta exposición, no sé dónde ubicarlo, ¡¿qué carajo tengo que hacer ahora?! –una lágrima resbaló por mi mejilla, pero me tragué todas demás– papá, vos sabías todo de cada cosa existente, vos eras el sabio. Dame un poco de ayuda. Te necesito… –un par de minutos después me despedí de mi padre y caminé hasta la H3.
Sonreí.
–Gracias. Gracias, millones de gracias –tomé el papel que tenía pegada la parcela y salí corriendo hacia mi casa.
Me preparé con mi mejor ropa. No era exactamente un esmoquin, pero sí era un lindo sweater… ¡con llamas! Pero eso sí, me bañé tres veces por los nervios. Al menos no tendría mal olor.
El taxi me costó mucho dinero, pero valió la pena: apenas llegué, su foto me invadía, estaba en toda dirección en la que viera. Veía gente entrar al recinto, millones y millones, algunos demasiado formales y otros demasiado casuales.
Me paré frente a la puerta de roble. ¿Qué iba a hacer? Había terminado con él hace dos años, quizás estaba en pareja, o con una hija, o no me quería, o me echaba, o…
–Señor, ¿va a entrar? Tenemos que cerrar la puerta… –me dijo un hombre alto, forzudo y vestido de negro. Entré con los ojos cerrados, pero al abrirlos no lo vi por ningún lado.
El arte en las paredes me emocionaba, hacía mucho tiempo que no veía ninguno de sus cuadros. Incluso en todas las tardes que me pasé en la plaza por si regresaba… jamás había visto rastro de ellos, menos de él.
–Fíjate la evolución de las pinturas –dijo un hombre con acento español a una mujer. Señaló la primera que había pintado, sobre todo con negro y gris– fíjate la oscuridad de su arte en la primera, segunda, tercera… –fueron recorriendo las pinturas comentando sobre ellas mientras yo los seguía, disimulando.
Había tres carteles en toda la sala. El primero, entre la sexta y séptima pintura.
En esta etapa, las personas que creí que eran las más importantes de mi vida, murieron… este segmento está dedicado a mi ebuela, Elena Lee Rush y a mi esposa Lindsey Ann Ballato. Las amo, espero volver a verlas algún día.
En el segmento se podía ver, en la mayoría de los casos, a dos mujeres diferentes. Una pintura como ángeles, otras como demonios.
El segundo cartel estaba entre el decimonoveno y veinteavo cuadro.
Esta es una de las etapas más importantes de mi vida. Conocí a la persona que iluminó mis días, la real importancia de mi vacía existencia, la única que logró robarme realmente el corazón.
Frank Anthony Thomas Iero Priccolo, te amé desde un principio.
En ese segmento, había pinturas que me descubrían cocinando, cambiándome, durmiendo, haciendo arte de lo más cotidiano de la vida.
Recorrí el pasillo hasta la última pintura. A su costado, estaba el último cartel.
Quizás estén pensando que la exposición acaba acá… bueno, en esta etapa de mi vida pensé que mi exposición terminaba trágicamente: la persona que más amé en la vida me dijo adiós. No le pedí explicaciones ni me puso excusas, tampoco lo dejé hacerlo. Aprendí a aceptar que las cosas, en la vida, vienen y se van. Y de esas, las que se van, hay que recordar lo mejor que tuvieron.
Así como mi vida no terminó, tampoco esta exposición: aún queda mucho por ver. Los invito a que corran la cortina color vino que tienen a su derecha y pasen a ver la perfecta imperfección de una persona.
Crucé esa cortina y mis ojos se llenaron de lágrimas con sabor a felicidad. Mucha felicidad.
Perfectly Imperfect | Capítulo 15
You should’ve raised a baby girl, I sould’ve been a better son
Estaba en un granero grande, lleno de paja, sin animales, completamente oscuro exceptuando por la luz que entraba por una pequeña ventana. Tosí, ahogado por el polvo y las lágrimas que volvieron a surcar mi cara en el instante que mis ojos se abrieron.
Mi madre cerró la puerta y se acercó despacio, para ponerse al lado de Harold frente a mí.
—Ahora —dijo ella prendiendo un porro en ese instante— vas a llamarlo y a decirle que no te busque. —Harold me sacó la campera que traía puesta y, de ella, mi celular marcando su número.
Miré sorprendido a mi madre, sin saber bien qué hacer. No quería decírselo a Gerard, pero tampoco quería morir. Aunque morir al lado de perderlo parecía el mismísimo Paraíso.
—¿Frankie? ¿Dónde estás? —la voz de Gerard en altavoz me sacó de mis pensamientos. Allí estaba, del otro lado de la línea, esperando por una respuesta. ¿Cuál sería?— ¡Hace más de veinte minutos te envié por ese queso! —Comencé a sollozar, y él dejó de hablar al oírme— ¿Frank? ¿Frankie? ¿Qué pasa, amor?
—Estoy bien —le dije, recobrando un poco la voz. Repitió mi nombre unas veinte veces cuando volví a hablar— estoy bien. Estoy bien, Gerard, estoy bien. No me busques, por favor. Me voy.
—¡¿Frank?! ¡¿Qué estás diciendo?!
—Terminá con él —escuché que Harold me susurró con el cuchillo en la mano, pasándome la lengua por el cuello luego. Me aterroricé al pensar en qué haría si yo no le decía lo que me habían indicado… tragué fuerte y suspiré, derrotado.
—Dejame en paz, Gerard —calló, y escuché mi propio corazón romperse en pedacitos— no quiero estar más con vos, no me busques por nada del mundo.
—Decile que tenés otro, y que no lo amás —dijo Harold, oliendo mi sucio cabello.
—Estoy con otra persona, con la persona que amo. No me busques, me voy para siempre. No quiero estar más con vos.
Escuché un principio de llanto de su parte, y cortó. Harold se guardó mi celular en su campera y mi madre salió sonriendo del granero.
Mi padrastro, o lo que él fuera, se desabrochó el cinturón, bajándose, junto a él, el pantalón. Mi cara de asombro y asco lo hizo sonreír.
—Vamos, Frankie… sabés cómo hacerlo. No me obligues a hacer cosas que no quiero…
—Lo mismo digo —le susurré, con odio en los ojos. Me asustó, en principio, su mirada rabiosa hacia mí, pero más aún cuando bajó sus boxers para quedarse desnudo.
—Como quieras… —me tomó de la cintura y me acostó boca abajo en el piso— yo disfruto igual.
Me arrancó el pantalón junto con la ropa interior y me penetró sin ningún tipo de cuidado; mis gritos salían al mismo ritmo de mis lágrimas. ¿Acaso alguien escuchaba? ¿Tal vez mi madre? Si así era, ¿por qué no paraba con esto? ¿Qué había hecho yo para que me odiara tanto? Me estaban violando, por el amor de Dios, acababan de destruir toda mi existencia… ¿no les bastaba con eso? ¿Ahora también debían violarme? Papá, necesito de tu ayuda…
Acabó dentro de mí y lamió mi espalda despacio, para llegar hasta mi nuca.
—Nos vemos a la noche, chiquito… todavía sigo con ganas… —me susurró. Se vistió rápidamente y se fue, dejándome solo, desnudo, en la oscuridad y hundido en lágrimas.
Así pasaron dos semanas con poca atención de mi madre (desde poca agua o poca comida a poca socialización) y muchas violaciones de Harold.
Un viernes, o al menos eso calculaba mi deteriorada salud mental, mi madre entró con un poco de comida y una silla. Me dio la comida y se sentó a mi lado, prendiendo un cigarrillo.
—¿Cómo estás? —me preguntó.
La miré de reojo, con odio, pero al parecer no tenía nada encima. No quería hablar con ella, no quería contestarle…
—Sí, lo sé… una pregunta retórica para romper el hielo. ¿Me odiás? —le dio una pitada al cigarrillo.
—Sí.
—¿Por qué? Soy tu madre. No deberías odiar a tu madre.
—Vos no sos mi madre. Y, en todo caso, vos no deberías odiar así a tu hijo. —respondí, algo crispado. ¿Cómo le daba la cara para mirarme así, para hablarme? Tardó unos minutos en responder.
—Sí soy tu madre, hijo. Siempre lo voy a ser. —negué con la cabeza.
—No. No sos mi madre desde hace tres años. Así como la muerte de papá nos destruyó, a vos la bebida y las drogas te hicieron mierda. Nunca volví a ver a mi verdadera madre.
—Hijo… soy yo… —dijo, con lágrimas en los ojos. Al cabo de unos minutos, como no le respondía, se puso a llorar… a diferencia de mí. No iba a llorar por una persona que me maltrataba así, menos siendo mi madre. ¿Por qué no podía ser como las demás? Dulce, carismática, comprensiva…
Madre. Mi madre. Mi mamá. La que me aguantó nueve meses dentro de sí, la que me dio a luz, la que me arropaba cada noche antes de dormir, y me abrazaba cuando tenía frío…¿era la misma que me daba palizas que derivaban a salas de urgencia? ¿La misma que se drogaba y alcoholizaba todos los días desde la muerte de mi padre? ¿La misma que me tenía allí, secuestrado? ¿La misma que me había alejado del verdadero amor?
Cuerpo sí, alma no.
Salió por la puerta del granero y regresó al cabo de unos minutos, con un arma en las manos… lista para matarme.
Muchas imágenes pasaron por mi cabeza en ese mismo momento: mi tercer cumpleaños, cuando me regalaron mi primera guitarra de juguete, el día de la plaza, donde me caí de las hamacas y me sangró la rodilla, mi primer tatuaje, la pelea de mis padres, su muerte, las pinturas, mis dibujos, mi guitarra… él.
Él. Mi mundo. Mi vida. Recordé, uno a uno, cada momento juntos, cada una de sus sonrisas, sus ojos esmeralda, su oscuro cabello… en definitiva, él.
Cerré los ojos, esperando el tiro certero en mi cabeza.
Escuché el lastimoso ruido del arma disparando y sentí ardor en mis manos… una y otra vez en el mismo lugar. Mis alaridos llenaron el granero, hasta que oí algo romperse.
—Corré, escapate —observé la cadena que apresaba mis manos caer— no abras la tranquera, tiene una alarma, simplemente saltala. Cuando lo hagas, corré a la derecha… yo voy a distraer a Harold, no mires atrás ni tampoco pares. Pedile ayuda a la primera persona que veas.
—¿Y vos? ¿Vas a quedarte acá? —le dije, levantándome. Está bien, era una mierda de persona pero seguía siendo mi madre.
—Olvidate de mí, voy a desaparecer un tiempo. Te agradecería que solamente mencionaras a Harold a la policía, pero voy a entenderte si no lo hacés. Buscá la felicidad, Frankie… se feliz —besó mi frente y me echó del granero, al mismo tiempo que ella corría hasta la casa en busca de Harold.
Perfectly Imperfect | Capítulo 14
Sometimes loneliness it’s better
[Narra Frank]
Pasaron tres meses desde que comencé a vivir con Gerard. Todo había mejorado notablemente, desde las notas de la escuela (resalto Arte y Biología), hasta el humor y la felicidad.
Mi amado me había dado más cambios de los que había esperado: por fin pertenecía a un lugar, tenía un hogar y lo compartía con alguien que me amaba realmente. Por fin podía despertarme a la mañana y ducharme sin ningún tipo de miedo de alguna botella voladora u olor a quemado, podía desayunar algo que no esté vencido y con una sonrisa. Por fin tenía a alguien a mi lado que me decía ‘buenos días’ al levantarme, y deseando que realmente lo tenga.
Estaba sacando la llave de mi casa, con una sonrisa de oreja a oreja por mi 10 en Literatura, cuando vi a la señora Kepples baldeando la vereda, y me miró.
-Frankie, Frankie… —dijo, acercándome cuando le sonreí— gracias. Gracias en serio.
-¿Por qué? —le pregunté sonriendo, aunque algo sorprendido.
-El primer día que viniste… bueno, vos lo viste. Era, sinceramente, una persona asquerosa, malagradecida, maleducada… era un hijo de puta, resumiendo, y perdón a su santa madre que en paz descanse —miró al cielo e hizo la señal de la cruz en su pecho— cuando llegaste, Frank, cambió totalmente. Hoy necesitaba un poco de sal para la comida de mi marido y, al no poder dejarlo solo para ir al supermercado, le pedí y me dio sonriendo. Está muy cambiado, ahora me pone atención, me ayuda… ¡ah! Y ni te digo cuando…—me siguió hablando bien de Gerard y, por primera vez en mucho tiempo sentí celos. ¡Parecía como si ella lo amara más que yo! Se fijó ‘por primera vez’ en su sonrisa, en sus cabellos, en sus ojos… cosa que yo había hecho un año atrás, más o menos.
En el momento donde comenzaba a hablar de su físico, el esposo la llamó desde el porche de su casa para comunicarle que tenía hambre. Ella se despidió y se fue.
Entré en casa, oliendo el olor a comida: había mejorado mucho en la cocina, y ya sólo salíamos a comer afuera por aniversarios o cumpleaños. Con esto, ahorrábamos mucho que podíamos usarlo en muchas otras cosas… como por ejemplo, comida de calidad.
Se acercó a mí tomándome de la cintura mientras yo rodeaba su cuello con mis manos, luego de sacarme la mochila. Lo besé suavemente y sonreí.
-Doña vecina me habló muy bien de vos… que cambiaste… que ayudás… que sos re lindo… y estoy feliz. Y orgulloso. —sonrió.
-¿Y celoso? —reí, haciendo puchero después.
-Sí. Bastante.
-Vos sos mío y yo soy tuyo. Si tú saltas, yo salto. ¿Recuerdas? —sonreí ante su cita y dejó de abrazarme— Frank… siento mucho arruinar el momento de My heart will go on, pero falta queso para la pizza —reí, lo besé de nuevo y salí para el supermercado.
Me sentía un ama de casa fijándose los precios de los quesos, mientras que de vez en cuando charlaba con una vieja que se paraba cerca de mí o susurraba ‘qué caros están los lácteos’.
Es que en realidad estaban caros. Gerard me mantenía completamente, yo no usaba mi dinero para absolutamente nada. Intentaba no gastar mucho para poder llegar a fin de mes, aún con el dinero que nos sobraba de las salidas que no hacíamos.
Empecé a hacer una larga cola sólo para pagar un queso y, para no aburrirme, me empecé a fijar en la gente que había. Un gótico que estaba eligiendo unos auriculares, jóvenes que pagaban pañales sonriendo mientras el hombre descansaba la mano en la panza crecida de la chica, el guardia yéndose a comer en su receso, etcétera.
Pagué y salí, guardando la plata, pero se me cayó apenas puse un pie en la vereda.
Allí venía mi madre, aparentemente sin nada encima, pero con su especie de novio al lado. Me sonrieron tétricamente.
-Es mejor que vengas —dijo mi madre, poniéndome algo punzante en el estómago. Dejé el queso, la bolsa y todo lo que traía conmigo en el piso y les hice caso. Como dije, parecía limpia, pero no por eso tenía que estarlo.
Los acompañé hasta una camioneta, y antes de subir me taparon los ojos. El auto comenzó la marcha y paulatinamente dejé de escuchar los autos, la gente, la ciudad. Las calles perfectamente asfaltadas cambiaron por unas de tierra con muchos pozos, y varias veces me pegué la cabeza con el techo por los saltos. Nadie hablaba. Alguien a mi lado empezó a fumar, tirándome el humo en la cama y apagándolo en mi brazo cuando se lo terminó.
Me bajaron de la alta camioneta y sentí cómo el agua de lluvias anteriores se colaba en mis zapatillas mientras caminaba. Patiné un par de veces en el barro y dos personas, luego de sujetarme, me golpearon repetidamente.
Me sentaron en una silla y, después de atarme y darme un par de golpes, me sacaron las vendas de los ojos.
Perfectly Imperfect | Capítulo 13
Everything you do
Apenas entré un horroroso olor a alcohol y cigarros apagados invadió mis pulmones. La puerta rechinaba bastante, le faltaba aceite.
Una brisa me impactó sobre mi hombro izquierdo y, al girar la cabeza, me di cuenta de que un gran ventanal estaba roto.
-¿Hola? —dije, cuestionándome no haberlo hecho antes— ¿hay alguien? ¿Señora Iero? —grité. Al no obtener respuesta, revisé cautelosamente la planta baja.
Todo estaba roto, destrozado, como si nadie viviera allí desde hacía algunos meses.
La cocina, por ejemplo, tenía dos vidrios rotos y un par de las puertas de las alacenas estaban salidas, tiradas en el piso, destruidas.
La sala de estar estaba de la misma forma, salvo por los sillones, que lo único que tenían eran algunas rajaduras en la tela que los cubría.
Subí las escaleras intentando hacer silencio, pero el sonido que hacían los escalones con mis pisadas no me ayudaba en mucho.
Al estar en el piso superior, revisé las puertas de la derecha; una habitación matrimonial, una habitación con muchas cajas amontonadas y un baño. Después, las de la izquierda; un estudio con computadora, biblioteca y escritorio, una habitación vacía y, finalmente, la antigua habitación de Frank.
Las paredes eran de un celeste azulado, y la alfombra era azul marino. El papel de la pared estaba arrancado en la esquina derecha de la habitación, había papeles y libros tirados, y la ventana estaba abierta. En una parte de la habitación había una mancha de humedad en la pared, como si alguien hubiera arrojado alguna botella hacia allí.
Eché una ojeada rápida a la habitación para saber dónde podría estar la guitarra, así que abrí el único lugar donde podría estar: el ropero.
Busqué entre remeras y pantalones pero no estaba, así que dejé de hacerlo: ¿dónde podría estar?
Miré por arriba del ropero y allí estaba, o al menos eso me decía la funda que encontré. Me senté en la cama suavemente y la abrí, descubriendo una hermosa guitarra blanca con su nombre pegado a ella.
Tenía un par de ralladuras, debía lustrarla para cuando Frank saliera del colegio.
De abajo del ropero tomé un par de cajas de cartón, pero estaban llenas de dibujos y un par de escritos. Corrí a la habitación con las cajas y vacié una que tenía vasos en ella, para volver a la habitación y llenarla con la ropa de Frank.
Perfectly Imperfect | Capítulo 12
The worst, the best
[Narra Gerard]
Mentiría si dijera que esos días dormí bien... en realidad, ni siquiera pude pegar un ojo. Pensaba todas las noches en él, en su vida, en sus días, en sus noches, en sus compañeros, en cómo lo trataban, en qué quería comer, en qué debería comer para hacerlo sentir mejor después de que le había hecho doler, a veces sus gemidos resonaban en mi cabeza mientras él dormía y debía tocarme en silencio para no tener que despertarlo. Lo miraba dormir en las noches, tan sereno y hermoso a mi lado, lo oía en sus sueños y lo despertaba en las mañanas.
-¿Frank? ¿Frankie? –le susurré al oído.
-No... no quiero... –susurró dándose vuelta. Me acerqué a su oído y le di un beso debajo de él.
-Frankie, es viernes... tenés escuela... –se removió bajo la sábana.
-No quiero torta... quiero mi guitarra... quiero a Pansy... –susurró. Abrió los ojos de a poco y le sonreí.
-Vamos, ya te hice el desayuno –le susurré bajando de la cama.
-¿Gerard? –dijo bajito, sentándose en la cama y refregándose los ojos.
-¿Sí, Frankie? –le dije, ayudándolo a caminar por el sueño.
-Gracias por lo de anoche. Sos la persona con la que quiero pasar el resto de mis días. –le sonreí y lo besé, con lágrimas en los ojos.
Lo llevé al colegio y esperé a que entrase al instituto. No quería dejarlo ir; no por el miedo, ya que desde aquél incidente con el idiota que le pegaba ninguno se había atrevido a tocarlo, sino que no veía la hora de que saliera.
Esa mañana estaría muy ocupado, sumando que tenía que llegar a horario para hacerle la comida a Frank, así que puse manos a la obra.
Hice el camino de memoria, como siempre, llegué a la entrada y bajé. Me apresuré ya que amenazaba con llover.
-Buenos días, Charlie –lo saludé, sacando mi billetera. Me sonrió en forma de saludo- dame dos claveles rojos, por favor.
Me los preparó como los preparan en los puestos de flores, muy lindos y con muchos pastos artificiales que realmente no sirven para nada y en realidad quedan horribles.
Le di cinco dólares, como decía la pizarra, pero no me cobró.
-Quedátelos. –me dijo apenas tomé los claveles y le di los billetes.- Realmente no te conozco, pero es la primera vez que veo a Frank feliz desde... bueno... vos sabés. Lo único que quiero pedirte es que no lo lastimes más de lo que ya está, brindale todo el amor que tengas para dar, porque lo necesita. No te guardes nada. –negué con la cabeza.
-No te preocupes, Charlie, le estoy dando todo el amor que jamás le pude dar a alguien. –me sonrió y me alcanzó su paragüas, ya que estaba empezando a escucharse algunos truenos.
Caminé hacia Elena, y le conté algunas cosas de las que estaba viviendo, como Frank, mi trabajo, cuánto me servía en la vida todo lo que ella me había enseñado... me descargué muchísimo, lloré otro poco pero me di cuenta de que no tenía mucho más tiempo.
-G... G1... G2... G3. Hola. –susurré. Le dejé la flor y volví a pararme, poniendo las manos en los bolsillos. Estaba muy incómodo y nervioso, aunque realmente no hubiera razón para estarlo.- Bueno... no sé realmente cómo hablarte. Es decir, con Helen es fácil, era mi abuela y todo, pero vos sos mi... suegro, y... ehm... -me removí en mi lugar- creo que sabés de lo que vengo a hablarte. Y sé, también, que si estuvieras acá querrías lo mejor para tu hijo., como yo lo hubiera querido para el mío o la mía. No sé si soy lo mejor, tampoco creo serlo, pero lo amo con todo lo que soy... y eso no va a cambiar. Nunca me fue bien en el amor, siempre fui un perdedor en el tema. Nunca tuve a la chica más linda, nunca tuve facha, jamás nadie me quiso para ir a algún baile de la escuela o para ser mi cita en la fiesta de fin de curso, pero eso me hizo el hombre que soy hoy como para amar a Frankie y no jugar con él. Prefiero ser el peor de los mejores que el mejor de los peores*, querido suegro, -sonreí al decir estas palabras. Las tenía bien ensayadas-, pero prometo hacer feliz en todo lo que pueda a tu hijo, el mejor de los mejores. -un trueno anticipó a la lluvia, y abrí el paraguas de Charlie. Me quedé unos minutos en aquella parcela y me fui, con un paso lento, hacia la entrada.
-Charlie, ¿tenés alguna idea de quién es Pansy? -le pregunté mientras cerraba su paraguas, se lo devolvía y le daba algunos billetes y las gracias.
-La guitarra de Frank, por supuesto. El objeto más amado por él; amaba tocarla en los días de lluvia como hoy. -sonrió, recordando, al parecer, viejos tiempos.
-¿La tenía en su casa?
-Ahá.
-¿Sabrás dónde?
-Según recuerdo... -pensó un minuto- ...creo que en su habitación. Al subir la escalera, es la tercera puerta a la izquierda. Allí debe estar.
-Perfecto... muchas gracias, Charlie. -le dije y caminé hacia mi auto.
Al sentarme en el asiento del conductor, tomé una carpeta que Frank ese día no utilizaba de abajo del asiento del acompañante para ver la dirección. Conduje recordando las palabras de Charlie, hasta que llegué. Bajé y me arrimé a la puerta.
Estaba abierta, así que entré.
Perfectly Imperfect | Capítulo 11
If we were dead. DEAD!
La mañana del domingo decidí ir al cementerio a visitar a mi padre, y Gerard se ofreció enseguida a acompañarme.
Comúnmente iba solo, ya que a mi madre no le interesaba realmente; ni siquiera asistió al funeral. Recuerdo perfectamente que cuando volví la encontré en la casa revolcándose con otro tipo en el sillón y que, cuando me vio, me tiró su vaso con whisky. Por suerte lo esquivé y pegó en una pared… hoy en día esa mancha sigue existiendo.
Nos pusimos en marcha con su auto, y cantamos todo el camino. Ya no me deprimía ir a visitarlo, no teniendo a Gerard a mi lado.
-Hola, Charlie –dije al pasar por el puesto de flores en la entrada. Él me saludó con una sonrisa y preparó el clavel rojo que siempre le llevaba a mi padre.
Charlie era un simpático hombre de unos cuarenta y tantos años, casi pelado, con un bigote negro y una especie de boina tapando su calvicie. Era rechoncho, tenía unas mejillas y una nariz siempre rojas por el frío y una sonrisa encantadora. Había sido amigo de mi padre en la escuela, y lo habían seguido siendo desde que ella terminó; cada uno tomó su camino, se relacionaron con diferente gente pero siempre habían mantenido contacto. Eso, para mí, era una amistad.
Charlie era como mi tío prácticamente, siempre pasaba por casa y me traía chocolates a mí, mientras que a mi madre –mi sobria madre- le traía flores; claveles rojos, en realidad, porque a mi padre siempre le habían gustado.
-¿Todo bien, Frankie? –me preguntó aún sonriendo mientras yo le daba el dinero que decía en la pizarra. Y, como costumbre, me descontaba varios dólares de mi compra (el ochenta por ciento, debería decir) por el simple hecho de ser su sobrino, ganándose una mirada de reprobación de mi parte… pero no iba a discutir, él siempre salía ganando.
Gerard llegó a mi lado luego de unos segundos, guardando las llaves en su bolsillo con una mano y entrelazando la otra con la mía. Charlie vio este gesto y yo sonreí.
-Sí, Charlie… todo más que bien –sonrió y me apresuré a entrar con Gerard.
Pasábamos las tumbas y parcelas callados, pero aún así Gerard estaba muy atento por dónde íbamos. Miraba para todos lados, recorriendo con la mirada cada uno de los árboles y los arbustos que pasábamos.
-Aquí es –susurré pasados los diez minutos caminando- G3… –me arrodillé suavemente sobre la parcela y acomodé la flor en el centro de ésta.
Gerard tomó mis hombros cuando se dio cuenta de que empezaba a llorar, y se fue agachando hasta poder abrazarme.
¿Por qué él había muerto esa noche? ¿Por qué a mi madre no le importaba? ¿Por qué me sentía culpable aún? Pero, lo más importante… ¿qué diría sobre Gerard si aún estuviera acá?
-Frank, él debe estar orgulloso de vos por seguir adelante a pesar de todo, tanto o más de lo que yo lo estoy… –me susurró con la boca en mi cabello como si me leyera la mente.
Allí nos quedamos unos veinte minutos más hasta que decidimos irnos. Yo quise volver por donde habíamos venido, pero él quiso tomar otro camino, mucho más largo.
¿Cómo describir ese momento? Estaba caminando por un cementerio momentáneamente desierto, con lágrimas secas en las mejillas, con frío… pero estaba abrazado a él. Ahora mismo una bala podría atravesar cada una de mis capas craneales y moriría feliz sólo por haber pasado los últimos segundos de mi vida junto a él.
-Acá estamos… Hola, Helen… –saludó a una parcela: Elena Lee Rush.- Frankie, ella es… era… mi abuela. Me enseñó todo lo que sé sobre arte como sobre valores. Cuando ella falleció hace unos años… mi mundo prácticamente se vino abajo, todo murió junto a ella para mí… y entré en las drogas y en el alcohol, estuve a punto de morirme… –tomó mi mano, suspirando- Gracias a ¿Dios? Pude dejarlas por completo hace un año –volvió a suspirar y habló unos minutos para sí mismo, para Elena.
Se despidió de ella y volvimos a caminar, ahora saliendo, tomados de la mano.
-¿Por qué me dijiste que tus padres estaban separados? –preguntó unos minutos después. Lo miré con culpa.
-Porque… aparte de vos, mi madre y yo, no muchas personas lo saben, y… estoy harto de que me acusen de haberlo matado. Tampoco quiero la lástima de nadie –me abrazó muy fuerte.
-Lo que vos necesitás no es lástima, es amor –me besó suavemente el pelo- y es lo que yo pienso darte. –Sonreí.
Salimos del cementerio, saludamos a Charlie y nos encaminamos hacia el auto.
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