Cárites | Talía, Eufrósine y Aglaya. Pertenecientes a los dioses inferiores. Homero escribió que eran parte del séquito de Afrodita. También llamadas Las Tres Gracias.
Eros | dios que enamoraba a mortales e inmortales con sus flechas. Cupido.
Eros era un joven dios, uno de los más jóvenes del Olimpo. Si lo ponemos en términos actuales, era el nieto de Afrodita… pero ustedes saben que esos tiempos eran locos, y que el libre albedrío era total, por lo tanto no había hijos, nietos o bisnietos, sino que simplemente un dios dejaba descendencia.
En fin. Eros, al ser de la descendencia de Afrodita, tenía algo que ver con ella: el Amor. Él era el encargado de enamorar a las personas con sus infinitas flechas, y hoy en día es más conocido como Cupido. El 14 de febrero, según muchos dicen, baja del Olimpo a enamorar a miles de millones de personas para deleitarse a sí mismo y, por qué no, a Afrodita.
Una de las tantas mañanas en las que estaba haciendo de sus travesuras enamorando a diferentes especies unas con otras, se le aparecieron las Cárites, anunciando la pronta llegada de Afrodita. Si bien muchos especulaban y especulan con su figura, se podría decir de fuentes confiables que Talía poseía cabello castaño oscuro, siempre atado con un rodete detrás de la cabeza, Eufróside castaño claro con algo parecido a una coleta y Aglaya era rubia y siempre llevaba el cabello suelto. Las tres andaban completamente desnudas exceptuando con lo que Talía y Eufróside ataban sus cabellos, que parecía ser un collar.
El pequeño dios se acomodó contra un árbol, encogiendo sus hermosas alas contra su cuerpo, procurando que ningún mortal anduviera cerca para que no vea su desnudez ni su belleza. Apoyó las flechas y el arco en el suelo y aguardó hasta que la diosa llegara.
Afrodita se materializó en ese momento, sorprendiendo a Eros por su belleza. Le sonrió al joven dios y le dijo que se acercara, tendiéndole una nueva flecha forjada por Brontes, uno de los tres primeros Cíclopes. Se veía rara y a Eros no le olía nada bien ese asunto, pero se igualmente se acercó.
El dios, al principio, pensó que estaba mal hecha, pero no podía ser: Brontes era un artesano respetado en el Olimpo, y Afrodita no era tonta como para aceptar algo mal hecho. Pero no contaba con la posibilidad de que estuviera mal hecha a propósito.
Apenas Eros tomó la flecha entre sus manos, sintió el odio con el que estaba forjada.
–No es una flecha común, mi querido Eros –susurró Afrodita– es una flecha de oro oxidado, recientemente hecha por uno de mis queridos Cíclopes. Debo pedirte un pequeño favor, y a cambio convenceré a Zeus para que te dé mucha más importancia en el Olimpo, y no sólo como un dios secundario.
A Eros le brillaron los ojos al oír esto, ya que siempre había querido ser un dios como lo era Zeus o Poseidón: los mortales lo adorarían tanto como a ellos, ¡incluso tendría más de un día al año para que los mortales lo invocaran! Estaría, en ese entonces, muy feliz. Incluso como si estuviera enamorado.
–¿Cuál es mi trabajo, querida Afrodita? No te defraudaré –susurró Eros, arrodillándose en honor a la diosa.
–Te encomendaré el pequeño favor: hay un mortal el cual he estado vigilando, y me he dado cuenta de que no se ha enamorado jamás de nadie… por eso te he traído esta flecha de oro oxidado, para que se enamore de la persona más fea de toda Grecia.
–¿Cómo es que se llama ese desdichado hombre, querida Afrodita? –Ella se removió en su lugar, algo molesta por recordarlo.
–Gerard –Eros asintió.
–Afrodita, tus deseos son órdenes –susurró, y se levantó solamente cuando la diosa se desvaneció junto a su séquito.
Fue entonces cuando el pequeño dios comenzó a prepararse para su bajada al mundo de los mortales: se vistió como uno, escondió perfectamente sus alas y bajó inmediatamente a la Tierra, al mismísimo templo en el que Gerard juntaba frutos.
Observó atentamente el lujo con que Afrodita contaba por esos lugares, y deseó más que nunca cumplir esta misión.
Esperó junto a un par de cabras que había por allí de algún rebaño perdido, ya que lo reconocieron inmediatamente. Los animales no son tontos, no señor: así como pueden sentir desastres naturales, también pueden percibir dioses, espíritus o seres aún más sobrenaturales.
Un par de horas después, Gerard apareció junto con su canasta vacía, cantando una canción griega.
El plan de Afrodita había comenzado, Eros se puso en pie y el mortal lo miró algo asombrado. Pero la diosa no contaba con el deseo de amor que Eros tenía dentro, y más aún de un virgen de corazón.
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