jueves, 29 de diciembre de 2011

Desvaríos nocturnos

Recuesto mi cabeza suavemente en la almohada y me sumerjo en el mundo de lo desconocido. ¿Hace cuánto estoy acá tendida? ¿Una hora, dos? No puedo dormir. Las estrellas se calan en mi retina como rayos de algún láser, muy brillantes en la oscuridad a estas horas. ¿Es eso la luz del sol amaneciendo o soy sólo yo imaginando? No puedo prender la PC, me oirían y me mandarían a dormir.

¿En serio no puedo desconectarme de todo esto? ¿Por qué mi inconsciente sigue pensando en estas cosas? No es justo, quiero dormir. Quiero pensar en música, en viajar, en mis programas favoritos, en las películas que vi ayer. ¿Por qué tengo que pensar en esto? No quiero, no quiero, no quiero.

Puto mosquito. ¿Es eso un mosquito? Por favor, que no sea una cucaracha voladora. Por favor, por favor, por favor. No, se fue, no escucho más su ruido. No, ahí está de vuelta. Me voy a tapar hasta la cabeza.

Mierda, no respiro. Voy a sacar la nariz afuera de mi cueva, así puedo dormirme. Wait, afuera está frío. Voy a entrar la nariz. Mierda, vuelvo a ahogarme. Me voy a destapar y que sea lo que Dios quiera.

¿Qué hora es? ¡¿Ya son las seis?! ¿Cómo se pasó tan rápido el tiempo? Los pájaros ya empiezan a molestarme. El gallo del vecino ya cantó, que lo jodan. Aún no dormí y todos ya se despiertan.

Mierda.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La tumba de las luciérnagas

Título: La tumba de las luciérnagas.
AutorXylo Brytes.
Clasificaciónpara todo público.
Génerodesconocido. ¿Drama?
Advertencianinguna. 
Parejasninguna. 



Me desperté esa mañana temprano, con un sol abrasador. Cerré la cortina en busca de un ambiente oscuro y fresco. Puse un par de flores en el envase de caramelos de fruta que tenía en mi mesa de luz, el cual me recordaba mi pobreza; oh, cómo la extrañaba. Sus risas y sus juegos, sus sonrisas matutinas… 


Fui hasta su habitación, divisando su cuna. El tenedor de plástico estaba encima de su platito de juguete, con su muñeca sentada en una sillita aún esperando que su madre le de comida inexistente. 

Las luciérnagas de peluche colgaban del techo, incitando a una beba inexistente a que caiga en los brazos de Morfeo.

Entré buscando sus recuerdos y pisé un camión de juguete, el pequeño, el que usaba para molestarme los fines de semana. El dolor me hizo dar cuenta de que estaba despierto, que la extrañaba y que los aviones enemigos volvían a sobrevolar la ciudad. 

Juré frente al altar de caramelos de fruta que vengaría su muerte, y este dolor era el que me decía que ya estaba preparado para hacerlo.


Recé dos veces, tomé el arma y pedí que ella me esperara dondequiera que estuviera.